¿Quién no ha tenido un compañero con la sangre de horchata valenciana, fartons y mirada embobada puesta en el infinito incluidos? Ese que no se altera ni perturba ni cambia su ritmo haya dos comandas o cuelguen cienes y cienes de la impresora. Ese que siempre carbura en segunda marcha y que no se anima con la tercera y menos con la cuarta, la quinta o la sexta. Ese cuya parsimonia desespera cuando todos aprietan el culo con los machos apretados ante un aluvión momentáneo de trabajo. Ese que nunca palmará de un infarto. Y es que una persona así llega a desesperar cuando todos echan el resto y ponen hasta el último gramo de carne en el asador. Su destino laboral no es alentador porque poco a poco terminará caminando por las lindes del grupo hasta quedar en la parcela de al lado que nada aporta y hasta resta. Claro, si nos vamos al extremo contrario sin más, donde la potencia sin control no sirve de nada, podemos encontrarnos con ese que no para ni un segundo pero todo lo que toca lo jode y nada sale de cocinas o barra como tiene que salir porque trabaja hacha en mano, y, si analizamos con bisturí fino, cada movimiento o servicio han resultado un desastre. Pero este paciente tiene tratamiento y es salvable en la mayoría de los casos porque el ímpetu está, aunque haya que desbravarlo. Y es que cuando hay que pisar el acelerador y todos van a una exaspera ese al que parece darle igual. El que espera desespera, dicen, y es cierto. Pero cuando los que esperan siempre son los mismos y el que desespera también la bomba de relojería se activa. Delante del cliente no se corre por protocolo, imagen y profesionalidad, pero en la hostelería, como en otros ámbitos, rápido se percibe al ágil, al vivo… que aprieta cuando se necesita pero que curra cum laude en todo lo que ejecuta. Porque el mejor no es el más rápido. Es el que más rápido lo hace perfecto manteniendo las formas cuando el negocio lo requiere. Y cuando hablamos de negocio lo hacemos de un equipo humano formado por individuos. Y es ahí, cuando la suma de todos ofrece un resultado mayor que la de los propios sumandos, donde la palabra equipo se escribe con mayúsculas y cobra todo su sentido. Pero si cuando se te necesita tu hombro nunca se arrima… malo.