En las fiestas de mi pueblo en agosto la estrategia a seguir está más que clara: conservar el vaso como si fuera oro molido. Lejos del apego emocional que puedes entablar con el recipiente en cuestión tras una larga noche de contubernio, sabes que si lo sueltas lo siguiente es una interminable cola para pedir ronda y, probablemente, en vaso de plástico. Y todavía uno, y si se puede, es un vanidoso del vidrio. Eso no puede pasar en plena verbena. Así que pides tu primera copa y ese vaso te acompaña toda la noche como fiel escudero de batalla hasta ser devuelto al mismo local para guardar filas hasta la noche siguiente.
El vaso comienza siendo transparente, reluciente, pero a medida que avanza la noche y la verbena, se convierte en una especie de reliquia mezcla de cerveza, calimocho y alguna que otra lágrima de emoción al escuchar Paquito, El Chocolatero.
Ese trozo de vidrio cumple una doble función, nos procura una rápida atención, imprescindible para no perder ni un bailable, y el camarero lo agradece infinito por no tener ni que moverse del sitio ni lavar ni gaitas.
Miren que esta quincenal tiene unas cuantas máximas insalvables, indestructibles, inalienables intraicionables… y una de ellas, la cual ustedes ya han leído, es esa de «el mejor no es el más rápido, es el que más rápido lo ejecuta perfecto». Y no justifico nada, ni diré que lo he escrito, pero como en todo hay excepciones, algunas, pocas… y dentro de unos mínimos, eso sí. Pero haylas. Porque un atleta olímpico con la antorcha y un camarero con tres cañas, una de bravas y dos cafés con leche son todo uno. Una lucha ingente por defender un sentimiento con un sacrificio inhumano detrás que es el que no se ve.
Y en las fiestas de un pueblo, en plena verbena, son verdaderos magos del caos ejecutando sus trucos en las barras, obrando la ilusión y haciendo aparecer cachis donde antes no había nada.
Así que, si a algún tiquismiquis que se cree crítico gastronómico porque ha visto tres veces MasterChef y dos a Chicote no le gusta el sistema «un vaso, mil usos», le diría que se preocupe de disfrutar, que los escocidos acaban con muchas arrugas.
O que vuelva en noviembre, que estamos más tranquilitos y también nos hace falta, que para remilgos ya está el invierno, y es muy largo.