Cada vez estoy más tentado de hacer la locura de acudir algún día a alguno de mis restaurantes fetiches vestido con bata, pijama y zapatillas de estar por casa.
No porque sean mis restaurantes fetiches por el hecho de ser los más extraordinarios, los más bonitos u otros motivos distintos a que son aquellos en los que me siento como en casa, en los que ya hay una relación de cariño y amistad con los anfitriones, ya sean propietarios, maitres, sumilleres, camareros, cocineros… Y no me refiero sólo que con alguna de las personas se haya generado esa confianza, va más allá, que esto se haya extendido a los equipos; esta situación es insuperable, esa sensación de «estar más a gusto que en brazos» sentado a la mesa muy bien atendido, más si es bien acompañado.
Alguna vez he «amenazado» con acudir así a alguno de ellos, incluso en algún muy petit comité lo hemos comentado algunas personas. No sé si lo llegaré o llegaremos a hacer, pero desde luego sería sin duda una muestra de agradecimiento por esa generosa amistad que trascendió la relación iniciada entre hostelero-cliente y ha llegado a mucho más.
Porque hay mucho de emocional en la experiencia gastronómica, porque las personas estamos muy por encima de los productos, fechas o lugares. Hay muchos motivos para estar feliz, nervioso, motivado, ante la posibilidad de acudir a nuestros restaurantes favoritos; desde el momento en que se ve la posibilidad de volver a ir a estos sitios, o la comunicación a las personas que desea uno que le acompañen y su confirmación de asistencia, posteriormente la llamada, whatsapp, mensaje o correo (esto suele ser más frío y, por tanto, menos común) para hacer dicha reserva…
Y si estos fueran pocos, hay más; la confirmación de la reserva, las atenciones que seguro recibimos desde antes de ir, durante nuestra estancia o incluso después de haber acudido; las sonrisas, miradas, humor, relajación, camaradería durante esos servicios… son momentos siempre de gran riqueza para el espíritu y gran humanidad.
Algo parecido pasa en quienes viajamos con gran frecuencia, si solemos acudir a los mismos destinos de manera recurrente y tenemos ese hotel u hoteles preferidos. Seguro que los «viajeros del vino» me avalan la reflexión de esta semana.