Ayer me ocurrió un hecho ciertamente desagradable. Desayunando en un hotel, la leche que estaba en el buffet estaba agria. Con toda mi buena intención y gran discreción, se lo indico a una de las camareras. Veo que unos minutos después se lo comunica a la responsable, y no observo que se acerquen a comprobarlo. Mal hecho.
Pero, la cosa empeoró. Me viene la persona a la que había informado, diciéndome insistentemente que no estaba cortada la leche, que la leche entera siempre huele muy fuerte… «Señorita, discúlpeme. Yo sólo he pretendido ayudar. La leche está tremendamente cortada; ahora ustedes sabrán o no lo que hacer».
¿Es necesaria esta réplica, mostrar ese orgullo, rebatir? Máxime cuando no tienen la razón. ¿No se dan cuenta de que es, como mínimo, ridículo? Y menos cuando niegan la evidencia.
Tantas veces nos habrá pasado, con los puntos de cocción de carnes, verduras o guisos, con la temperatura de comidas o bebidas… desde el servicio, intentemos arreglar si hay error, o como mínimo agradar al cliente si vemos que no lo hay, que seguramente no nos cuesta nada, quedamos de maravilla y hacemos que nuestros comensales se sientan más cómodos y seguros. Quizás con la única exigencia de la máxima educación a la hora de reclamar o advertir de que algo no está bien.
Pero en aspectos que son realmente problemas, como la leche cortada, la fruta agria, el pescado que canta a amoníaco que tira para atrás, un yogur acidulado, un huevo maloliente… no se discute; se reacciona solucionando la incomodidad o el problema, se piden disculpas minimizando el fallo con la máxima naturalidad, y se sigue trabajando. ¡No se discute en absoluto! No tenemos nada que ganar y mucho que perder, empezando por nuestra credibilidad.
El lunes impartí una cata de vinos de Jerez para consumidores que no tienen experiencia ni conocimiento de estos vinos. En el segundo vino, unas señoras habían añadido una piedra de hielo a la copa para suavizarlo; cuando fui a servirles el siguiente, se excusaron un tanto avergonzadas y me pidieron permiso para seguir tomándolo así. ¿Cuál fue mi respuesta? «Si me prometen que así lo disfrutan más, yo mismo les acerco otro poco de hielo inmediatamente, faltaría más».
¡Ay!, ese orgullo que nos pierde…