Dicen los sociólogos que la soledad es la gran pandemia del siglo XXI en los países beneficiados por la cultura y el modo de vida occidentales.
Recientemente se han publicado datos referidos a España que alertan del creciente número de personas que viven solas en nuestro país. Las cifras que proporciona el estudio son escandalosamente elevadas. Pero no todos los casos son iguales.
Muchos compatriotas viven una soledad elegida. Suelen ser personas solteras que nunca mostraron demasiado interés en compartir su tiempo con nadie y que se han acostumbrado a ese modo de vida, sin que ello signifique que carezcan de una interacción social enriquecedora, bien en sus trabajos, bien en su tiempo libre. Son felices viviendo solos. Los modelos de vivienda que se construyen en la actualidad, cada vez apartamentos más pequeños, parecen obedecer a la creciente demanda de este tipo de residencia.
La nómina de divorciados, de matrimonios fallidos en las sociedades occidentales ha incrementado el número de hombres y mujeres que viven sin compañía. En alguno de estos casos no se trata de una libre elección de los afectados.
Pero hay otras soledades que pasan más desapercibidas y debieran ser aún más preocupantes. Se trata de ejemplos sintomáticos de una sociedad enferma.
Arturo tiene trece años. Estudia segundo de ESO. Sufre acoso escolar en el instituto. Sus compañeros de pupitre no le perdonan que sea inteligente, ni que sea estudioso, ni que esté gordito. Lo machacan a diario. Arturo se protege colocándose en la mesa más cercana a la puerta de salida del aula para salir pitando hacia el patio y buscar refugio en un rincón cercano al puesto del conserje. Quiere evitar que le maltraten y humillen en los recreos. No ha dicho nada a sus padres. Su soledad algunos días le resulta insoportable. Le rondan pensamientos suicidas.
SOBREVIVIR. Pedro tiene setenta años. Se quedó viudo en primavera. Su mujer, diez años más joven, falleció de un cáncer de útero tan agresivo y violento como inesperado. El marido nunca había considerado la posibilidad de sobrevivir a su esposa. Su único hijo vive en Estocolmo, donde trabaja como arquitecto. Pedro va todos los días al cementerio para «charlar» con su querida Marisa.
Después regresa a casa, se recluye y no vuelve a hablar con nadie en todo el día. Lo sábados habla por teléfono con su hijo, que intenta darle ánimos. Le ha invitado a pasar las navidades en Suecia. No irá. Piensa que va a estar igual de solo, pero con peor clima y a más distancia de su esposa. Su nuera y su nieto no hablan español. Apenas los conoce.
Aurora tiene 91 años. Desde hace nueve meses vive en una residencia de ancianos. Sus rodillas enfermas la mantienen atada a una silla de ruedas. Los hijos viven en Santander y Salamanca. Ninguno se ha ofrecido a llevar a la madre a su hogar. La residencia es cómoda y cara. La pagan los hijos. Aurora está muy sola. No recibe vistas. Se pasa las horas muertas pegada a la televisión sin prestar atención a lo que ve y escucha.
Felipe, 41 años, es sevillano. Se ha divorciado en febrero. Toca el saxo. Trabajaba con un contrato profesional en la sala Clamores de Madrid. La pandemia de covid dio al traste con su estabilidad económica. Su mujer se ha quedado con el piso, ya pagado, y a cargo de sus hijas de siete y nueve años. Felipe, desde su divorcio, carece de techo y salario.
Pretende vivir de las propinas con que los transeúntes premian su destreza musical. Viaja de continuo a ninguna parte. No tiene residencia fija. Está solo.
Cristina es una mujer extremeña de 37 años. Estuvo a punto de morir a causa de las puñaladas que le propinó un esposo celoso. Desde hace diez años ha vivido refugiada en un programa de atención a mujeres maltratadas de Badajoz. Ante la inminente salida de su exmarido de la cárcel, Cristina ha solicitado, en secreto, traslado a otra ciudad. Tiene miedo. Ahora vive en Palencia en una casa de acogida y está a la espera de trabajar como cajera en un supermercado de la ciudad. Esa sola.
Recomiendo oír la bellísima canción «Ma solitude», antes, mientras o después de la lectura de esta columna.
«Pour avoir si souvent dormi avec m solitude, je m´en suis fait presque une amie, une douce habitude»- Moustaki.