Jesús Martín Santoyo

Ensoñaciones de un palentino

Jesús Martín Santoyo


RISAS

06/10/2024

¿Cuánto tiempo hace que no te ríes, querido lector? No me refiero a una sonrisa tenue, ligera, para salir del paso en cualquier evento o compromiso social. No. Hablo de una risa franca, abierta, despreocupada, denotadora de un estado de satisfacción pleno o, al menos, no efímero y circunstancial.
La risa, el sentido del humor que suele provocarla, es uno de los rasgos más humanos que nos acompaña en nuestra vida. No entraré en la discusión de si se trata de uno de los poderes que nos diferencian de los animales, al mismo nivel que la mentira. Los humanos reímos y mentimos. Está por demostrar que ambas conductas se comprueben en el mundo animal. Probablemente algún animalista de última generación trataría de convencerme de las sonrisas mañaneras o embustes de su tortuga.
La risa, al igual que el llanto, nos acompaña desde que nacemos. Ambas gestualidades informan de nuestro estado de ánimo y bienestar. Reír siempre preocupó (o al menos, ocupó) a los filósofos y a las religiones. Al parecer, Aristóteles escribió un tratado sobre la risa en un libro supuestamente perdido que serviría de base a su pensamiento en defensa de la comedia y de su valor terapéutico para las personas. Con la risa espantamos nuestros fantasmas interiores, ahuyentamos los peligros, olvidamos el temor a la muerte, a nuestra efímera existencia. Conscientes del poder demiúrgico de la risa, los miembros más talibanes de la iglesia medieval trataron de estigmatizarla e incluso prohibirla. Alguien llegó a decir que en la Edad Media no se reía ni dios. En El Nombre de la rosa, Humberto Eco, en la magnífica recreación de la vida en los monasterios del tardomedievo, nos describe a un bibliotecario que custodia libros prohibidos entre los que se encontraría un tratado sobre la risa. Con la modernidad se recuperó el humor como arma defensiva del hombre para afrontar su siniestro futuro de cenizas y muerte.
Haciendo una paráfrasis sobre la cita de Vargas Llosa («¿Cuándo se jodió el Perú?»), me pregunto cuándo se perdió la risa, cuando dejó de ser un componente liberador de nuestras vidas para convertirse en algo mal visto, casi prohibido o, al menos, tan encorsetado en sus fuentes de producción que parece estar condenado a desaparecer.
¿De qué podemos reírnos ahora? Casi todo es tabú. Con cualquier tema aparecerá un colectivo ofendido que se sentirá vilipendiado y que pedirá la cabeza del reidor o de quien provoca su risa.
¿Qué fue del humor negro español?
¿Qué ocurrió con la tradición española de reírnos de nosotros mismos, tan magníficamente representada por artistas y escritores de todos los tiempos?
¿Quién se atreve hoy a hacer un chiste de cojos, ciegos, tartajas, enanos…? ¿Quién osa hacer chanzas sobre feminismo o sobre homosexualidad? ¿Quién, sobre política?
Añoro los tiempos en que podías escuchar en boca de un vasco o de un gallego chistes crueles sobre sus pueblos en los que la exageración del tópico o la parodia provocaba la carcajada.
Recuerdo las más hilarantes bromas sobre negros contadas por un nigeriano en Alcázar de San Juan.  Akin era un farmacéutico muy culto, hijo de un diplomático. Se había educado en Londres y contaba relatos humorísticos sobre negros y negritud que hoy le hubieran llevado a los juzgados. 
Me temo que si seguimos con esta deriva ultra en la que sólo se puede hablar de lo que se ha definido como políticamente correcto, el humor, el chiste, la risa desternillante y desinhibidora pasarán a ser algo exclusivo de círculos cerrados de amigos en los que haya la suficiente confianza como para interpretar que no se quiere ofender al colectivo gay haciendo un chiste de maricas, ni ofender  Francia ridiculizado a los franceses, ni estigmatizar al pueblo catalán con burlas sobra la tacañería.
El humor y la comedia sólo pretenden crear un situación esperpéntica, desequilibrada, exagerada para intentar arrancar una sonrisa inocente. ¿Alguien piensa que los vecinos de Lepe o Tomelloso son como los retratan todas las excentricidades de catetos referidas a sus localidades? ¡Por favor! Los habitantes de esos pueblos han hecho una industria de la propia visión tópica de su brutalidad. Enhorabuena. Demuestran su inteligencia y su saber vivir.
Volvamos a reírnos sin censuras, volvamos a divertirnos, volvamos a espantar a la muerte o a las desgracias con una visión hiperbólica de nuestros defectos y nuestros traumas. Sin miedos. 
Saben aquel que dice,,,
«No he de callar por más que con un dedo/ silencio avises o amenaces miedo». Quevedo