En este patio de vecinos en que se ha convertido España en los últimos tiempos, todos son miedos. El personal evita hablar de política porque tiene miedo a los otros y a sí mismos. Nos han escorado tanto las posiciones, nos han mostrado tanto las dentelladas entre las palabras, que se ha perdido el respeto y la mesura. Tanto es así, que ya no nos fiamos ni de nuestras reacciones. Hubo un tiempo en que comprendimos que cada uno con sus mochilas, creencias profundas y variadas circunstancias, tenía sus puntos de vista, y que todas las ideas, siempre que estuvieran asentadas en unos parámetros recios que compartían las instituciones, eran respetables y válidas. La alternancia, era deseable en la seguridad de que ninguno de los gobernantes iba a cometer ningún tipo de tropelías. Pero con el famoso 15M todo empezó a cambiar. Nació Podemos, y no acostumbrados a los modos y los mensajes al límite, una parte del pueblo empezó a tener miedo, y otra a amar a un líder de una manera que recordaba a antiguas dictaduras. Desapareció la oratoria y se impuso la soflama, el puño en alto al hablar, y la defensa de la problemática feminoide y la lucha contra la casta como banderas de la libertad. En plan mesiánico, aquello empezó a crecer y alcanzó a otras formaciones. Y también creció el miedo. Y así, poco a poco, ya saben. Más tarde y como reacción, y con idéntica legitimidad surgió Vox. Dos extremos sí. Dos. Y otra vez el miedo, ahora de otro color. Y comenzó a extenderse un terror que convertido en miedo, conjuraba el recuerdo de la dictadura franquista. No a otras, no; sólo a esa dictadura. Y así fueron pasando los años. Ahora hablar de política lo tenemos cancelado, porque es tal la maraña de casos, cosas, mentiras, novedades, bulos, y amenazas, que no compensa abrir la boca. Nos resguardamos en el miedo de unos a otros, porque las ideologías ultras son dos -no olvidemos que no somos mancos- y nos sentimos víctimas de un espejo enloquecido, que da vueltas alrededor de la torre de un poder que está a punto de caérsenos encima. Y así. Todos, necesitamos reflexionar y sacudirnos el miedo, ese maltrato sibilino que anula nuestro sentido crítico y nuestra libertad. La democracia se lo merece.