Qué fácil es pronunciarse, de manera ligera y superficial, sobre un tema tan controvertido. Por el contrario, qué difícil es diseñar y, más aún, desarrollar verdaderas políticas en materia tan delicada y poco simpática desde el punto de vista sociológico, económico y social. La inmigración no es mala, si está regulada y controlada de una manera seria y rigurosa. De hecho, dadas las especiales circunstancias demográficas españolas, es muy necesaria para garantizar el relevo generacional y el rejuvenecimiento de la población. Hasta aquí estamos todos, o casi todos, de acuerdo. Sin embargo, y de hecho así se manifiesta de forma pública y notoria, es un fenómeno descontrolado y muy peligroso para garantizar el difícil equilibrio social que toda sociedad precisa para alcanzar su progreso y bienestar. Así pues, sin complejos ni discursos políticamente correctos digo: los españoles primero, luego atenderemos a quienes nos quieran y podamos atender. No es ninguna política correcta abrir la puerta a cualquiera que quiera llamar o, lo que es peor, agasajar a quienes la derriban sin miramientos ni nuestro consentimiento. Esto es del todo inadmisible, pero lamentablemente es lo que está ocurriendo en nuestras fronteras sur. El gobierno del todavía Reino de España no tiene política de inmigración. Se limita a recoger y dar acogida a cualquiera que llegue a nuestras costas, eso sí, pavoneándose en nombre de la solidaridad y de una humanidad sobreactuada. No me gusta la inmigración en mi casa de cualquier manera, sin más sentido que el de abrir la puerta y dejar pasar a todo hijo de vecino que por allí se acerque. La inmigración legal, regulada y controlada sí es aceptable, más aún si procede de entornos culturales cercanos y similares. No se trata de segregar, excluir o discriminar, se trata de aplicar la lógica en la adaptación de los inmigrantes a las reglas del juego del país que les acoge. No es aceptable la colonización a partir de máximas ajenas a los principios culturales del lugar de acogida. Los pilares sobre los que se asienta nuestro estado social y de derecho están seriamente comprometidos, dinamitando nuestro estado de bienestar.