Para morir hay que estar vivo y para enfermar, antes hay que estar sano. Un axioma tan clarividente que no por ello desmerece una breve reflexión. Porque la vida en sí misma es un cúmulo de circunstancias impensables, un momento fugaz dentro de la eternidad sobre la que no tenemos ningún tipo de mando. Sabemos que moriremos, la única certeza absoluta que caracteriza a todo ser viviente y, paradójicamente, sólo la consciencia de ello nos hace a la vez sentirnos más humanos y quizá hasta más honestos.
Hablar de la muerte no es lo más habitual, lo sé. Nadie nos prepara para gestionar emocionalmente la pérdida de una persona querida, ni tampoco nadie nos puede quitar ese dolor intenso que, de repente, se agarra como una lapa en el estómago y el alma. Tenemos que ser fuertes, nos dicen, para superar determinados episodios de duelo y continuar nuestro camino y lo mejor (o lo único) es aferrarnos al legado imborrable de quien se ha ido.
Todo lo anterior, una reflexión compartida, lo provoca el fallecimiento la pasada semana de Juan Carlos Sánchez Rodríguez, médico de Urgencias del Hospital Universitario Río Hortega de Valladolid. Tuve la suerte de conocer su gran faceta humana y su elogiada vertiente profesional. En sus manos, la incertidumbre personal fue siempre un vago instante. Y sus palabras han sido siempre pura medicina en los momentos de desasosiego. Era -y es- el profesional que hace grande al sistema sanitario público de Castilla y León. Su sentida pérdida ha inundado de consternación a buen puñado de compañeros. Su talla humana irrepetible y su disposición innata a echar una mano al prójimo, incluso hasta en el último segundo de su vida, son muestras de ejemplaridad indelebles.
En pleno Camino de Santiago, en el término lucense de Portomarín, una parada cardiorrespiratoria se interpuso en su vida y, de alguna manera, un poco en la de todos. Pero, como decía, sus múltiples valores humanos y profesionales no desparecerán. Eso no nos los puede arrebatar ni siquiera la muerte.
A su familia, con el mayor de los abrazos. Gracias, Juan Carlos, allá donde estés.