Me pongo Mecano o ABBA para olvidar lo peor de este verano. Vuelvo de él con mal cuerpo, lo mismo que si hubiera vivido dentro de una batidora, con cierta ansiedad y ganas de invierno. A una edad los sentidos se tienen cansados y el espíritu se nubla de ciertas tristezas. La cabeza y los pies no se entienden. En una pervive la juventud, pero el cuerpo no responde. Ya nada es lo mismo, y el rincón donde fuiste feliz te lo han ido robando los perros y el desaforo de un mundo tatuado y semidesnudo, la música electrónica, las colas para comprarte un helado, los conciertos de pueblo en pueblo para adolescentes que no distinguen el día de la noche, los amigos de siempre que van fallando, los rincones invadidos, los paisajes desbordados. La cantidad. Está bien. La masa que somos tenemos derecho a disfrutar todos juntos y en unión. La polémica sobre el turismo ahí está. Mientras tanto el mundo gira enloquecido y no hay mensaje que alivie el ánimo, con sus guerras y pateras, con su filosofía para tontos, crímenes de telediario, y demás sufrimientos. Palencia después de las fiestas es un remanso de ternura, un espacio vivible y real, un modo de ser a nivel humano, como sus iglesias románicas y su campo amarillo tan gozoso y abierto. Nunca será bastante la gratitud que le tengo a mi ciudad de nacimiento. Vuelvo a ella como al regazo de una madre que me abraza sin palabras, me repara y me seda.
No sabemos qué nos va a deparar este invierno, pero da una pereza enorme seguir los informativos y leer los periódicos porque se siente uno como derrotado de todo. Derrotados de ese bienestar que hemos convertido en divinidad, en el dios en que creemos, en una especie de molicie para la lucha, y en un individualismo feroz que no ve más allá de su nariz. Las trombas de emigrantes vienen del hambre y de la guerra. Sólo tienen aquello que nos falta a nosotros: creencias firmes y ganas. Ganas de comer, de luchar, de vivir en una palabra. Si se les abandona delinquen. Si se les ayuda con formación, no. Pero para ese trabajo hay un gobierno que se mira el ombligo y reparte subvenciones como el dinero del Palé. Urge que salga de su propia molicie. Porque si no, tendremos lo que nos merecemos. Y el próximo verano, Dios dirá.