Cada cuatro años, el 5 de noviembre, los estadounidenses acuden a las urnas para elegir a su presidente. Solo ellos pueden votar, claro está, pero la realidad es que son unas elecciones que nos afectan a todos.
Les confieso que los 5 de noviembre suelo estar esperando los resultados con el mismo interés y preocupación que cuando celebramos elecciones en España.
No cabe engañarse: en el reciente debate celebrado entre Joe Biden y Donald Trump, el Presidente lo perdió por goleada, ofreciendo una imagen patética. Los telespectadores vimos a un anciano con las facultades cognitivas mermadas.
De manera que no puedo dejar de preguntarme si el Partido Demócrata será capaz de reaccionar y hacer comprender a Joe Biden, pero también a su esposa y a su entorno, que su tiempo ha pasado. No es una cuestión de edad, hay personas que han sobrepasado los 80 años pero que conservan una cabeza brillante y otros a los que el deterioro cognitivo les va haciendo mella.
La cuestión es que, no solo los estadounidenses dependen de lo que voten el próximo 5 de noviembre, sino que sobre el resto del mundo también tendrá un impacto quién sea el próximo presidente de Estados Unidos.
Puede que Joe Biden aún sea capaz de ganar a Trump pero a continuación hay que preguntarse si será capaz de gobernar o será su entorno político y familia quien gobierne en su nombre.
Por tanto, el Partido Demócrata tiene la desagradable obligación de pedir a Joe Biden que dé un paso atrás.
Ignoro quién podría ser el mejor candidato pero lo que es evidente es que tiene que serlo alguien con sus capacidades cognitivas en perfecto estado de revista.
Es mucho lo que se juega el mundo el próximo 5 de noviembre, porque evidentemente si gana Donald Trump la política en Estados Unidos pero también en el exterior, tendrá un cariz, y si gana un demócrata irá en otra dirección. Esperemos que los responsables del Partido Demócrata estén a la altura de esa responsabilidad.