El 20 de diciembre se ha cumplido el L Aniversario del criminal asesinato de Luis Carrero Blanco, perpetrado en la madrileña calle de Claudio Coello de Madrid, en 1973, donde hoy queda una discreta placa conmemorativa de aquella barbarie perpetrada por la banda terrorista ETA, con la complicidad de elementos disidentes del Partido Comunista (Genoveva Forest y otros), con la complacencia de la CIA (Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos), y la necesaria colaboración de personas del régimen contrarias a la línea política que representaba el insigne almirante de la Armada santoñés.
Recuerdo perfectamente aquella fría jornada. Tenía once años y cursaba mis estudios de EGB en el desaparecido Colegio Velázquez, situado en la calle Oria 4 esquina a la calle Serrano. En plena Colonia del Viso de Madrid. Cerca se encontraban numerosas embajadas. Algo más lejos se encontraba la sede diplomática de los Estados Unidos, a unos ciento cincuenta metros del lugar del sangriento magnicidio. Prácticamente enfrente de la sede norteamericana se ubicaba la iglesia de San Francisco de Borja, a la que el insigne marino y jefe del Gobierno de España acudía cada mañana a oír misa.
Apenas habían comenzado las clases cuando, de manera inesperada y sorpresiva, un brutal y aterrador estruendo rompía el ruido cotidiano de las calles de Madrid. Muy pronto, sin explicación alguna, se suspendieron las clases y se dio por comenzadas las vacaciones escolares. El hermetismo era absoluto, el ir y venir de personas era incesante y se suspendía el transporte escolar de vuelta a casa. Algo gravísimo debía estar ocurriendo cuando los profesores no querían dar clase y dedicamos unos minutos a rezar. Nadie nos decía nada, pero todo resultaba muy extraño y poco tranquilizador. Entonces era muy joven y todavía no sabía nada de lo que era la política.
Hoy sé que aquella barbaridad sigue sin ser esclarecida, sin que ningún gobierno de la era democrática se haya tomado el mínimo interés por los 3.009 folios del caso (142/1973). Espero que alguna vez sepamos quién estuvo, de verdad, detrás del miserable y cobarde magnicidio. Yo tengo mis hipótesis.