Me llega la voz de uno de los padres de la Constitución, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón, a través de un premio que le concede Foro España Cívica. Entonces los vientos del día cogen una desaforada velocidad y transportan mi mente a aquel tiempo que fue de los mejores de nuestra historia, y que desde hace unos años indepes y extremistas de izquierda y derecha quieren superar. Difícil es el camino alternativo que nos ofrecen, por lo enigmático y lleno de riesgos en su destino.
En esta ansia de superación, los únicos que lo tienen claro son los independentistas. Buscan la anulación de algunos de sus principios fundamentales (el territorial y el de forma de Estado) y, en general, su erradicación. Junts, incluso, tiene un consejo de la república y han intentado por la fuerza de las masas y de los hechos su derogación a toda costa. Estos sí saben dónde quieren ir. Los otros nos ofrecen un panorama de incertidumbres.
En su discurso de agradecimiento del premio, Herrero Rodríguez de Miñón señaló que la obra es más importante que los obreros, porque estos pasan y la obra queda. Y después, destacó el que para él es uno de sus más poderosos valores: el de la concordia. Sin ella, habría sido imposible que tantos conceptos enfrentados, intereses contradictorios, batallas insuperables o memorias excluyentes se hubiesen diluido en sus efectos más agresivos en un texto de buenas intenciones. La concordia fue el gran valor del pacto que sellaron los comunistas y los franquistas. Esa característica, que forma parte del espíritu de la Constitución y tiene amplio desarrollo en sus artículos, es contra el que algunos quieren ir convirtiéndola en un texto superado que, al cabo, nos devuelve a la situación anterior. Como dice Aristóteles, cuenta Herrero de Miñón, el valor de la concordia es el más apreciado vínculo de la cosa pública.
Qué necesidad tenemos ahora de ese valor cuando la polarización, el insulto y el descrédito del contrario priman sobre todo. Es cierto que la Constitución tiene un ámbito temporal y que, como todo, necesita una adaptación a lo nuevo, pero su esencia es inmutable y esas reformas necesarias, por culpa de los indepes y extremistas, no se pueden realizar. Querrían convertirlas en un derribo.
Espero que las fuerzas defensoras de este castillo jurídico en el que vivimos resistan tantas andanadas. Grande ha de ser nuestra Constitución cuando aún sin poderla adaptar a los tiempos tiene absoluta vigencia, salvo en dos o tres temas. Cuando a los independentistas no les gusta porque no ampara su voraz secesionismo, y a los de Vox tampoco porque es demasiado progresista, muchísimos sacamos la conclusión de cuán equilibrada es nuestra Carta Magna.