Es conmovedor ver cómo una parte de la sociedad ha asumido el esquema mental de lo políticamente correcto: ecologismo, animalismo, feminismo radical, ideología trans, simpatía por movimientos filoterroristas… La pregunta es: ¿Se puede tolerar todo? ¿Se puede ser tolerante con los intolerantes? Hemos de precisar que la tolerancia no tiene ningún sentido en la ciencia y en la matemática: sobre la proposición 2+2=4 no tiene sentido plantearnos si somos tolerantes o no con ella; pues cuando la verdad es conocida con rotundidad la tolerancia carece de sentido. El problema de la tolerancia se plantea en las cuestiones de opinión, pues ignoramos más de lo que sabemos. La aceptación de la tolerancia universal deberíamos condenarla porque olvida las víctimas, abandonándolas a su suerte. ¿Hemos de tolerar la violación, la corrupción, la tortura, o el asesinato? ¿Hemos de tolerar la hormonación y la mastectomía de adolescentes?
La respuesta es NO. La aceptación de la tolerancia universal destruiría la tolerancia. Dice Jankélèvitch en su Tratado de las virtudes que la tolerancia llevada al límite «acabaría por negarse a sí misma» pues nos dejaría en manos de quienes quieren suprimirla. ¿Hemos de tolerar esa ingeniería social de lo políticamente correcto? La respuesta es NO, pues representa un peligro para los ciudadanos y para la democracia. Decía K. Popper en La sociedad abierta y sus enemigos: «Si se es totalmente tolerante, incluso con los intolerantes, y no se defiende la sociedad tolerando sus ataques, los tolerantes serán aniquilados y con ellos la democracia». Es más, pienso que tolerar la intolerancia es hacerse cómplice y colaborador de los intolerantes. Tolerar el terrorismo es hacerse cómplice y colaborador de los terroristas.
Parece lógico que los intolerantes se quejen de que se los trata como intolerantes, pero en nuestros políticos, esas quejas se han convertido en criterios para la toma de decisiones políticas, favoreciendo unos privilegios insoportables. Es un sarcasmo que la virtud de la tolerancia dependa de aquellos que carecen de ella. Que nuestra democracia dependa de aquellos que no soportan vivir democráticamente, y cuya voz huele a moho, sangre y estupidez.