En una noche de luna llena, Pinocho se encontró en un cruce de caminos. Su corazón estaba cansado de las rutinas y las responsabilidades. «¿Qué sentido tiene ser un muñeco de madera?». Y fue entonces cuando vio una hoguera incipiente. «¿Y si me quemo?», pensó. «¿Y si dejo atrás esta forma y resurjo como algo diferente?» Se arrojó al fuego. El dolor era intenso y liberador. Cuando abrió los ojos no era un polichinela, era algo más. Su cuerpo estaba hecho de cenizas y chispas. Se levantó y miró alrededor. El mundo se veía diferente. Los árboles eran sombras de humo y las estrellas brillaban con una intensidad ignota. Y así, caminó por las sendas, dejando huellas de brasas. La gente lo miraba con asombro. «¿Quién eres?», le preguntaron. «El que se calcinó para renacer», decía, llevando consigo la impronta de la transformación, agrandando su leyenda. Tanto, que en las aldeas lo recibían con asombro y reverencia. «¡Es el herrero de las llamas, el forjador de sueños!», susurraban. Pero nuestro protagonista no tenía una fragua física; ahora, su taller estaba en su núcleo vehemente, creando objetos que desafiaban la lógica y la gravedad. Sus espadas no solo cortaban, sino que también sanaban heridas. Sus herraduras no solo protegían los cascos de los caballos, sino que también les daban alas para volar. Y un día, mientras transitaba por un campo de girasoles, encontró a la abuela de Caperucita Roja. La anciana tejía una bufanda de lana y sonrió al verlo. «He oído hablar de ti. ¿Puedes instaurar algo para mí?» Asintió. «Qué deseas, abuelita?» Le contó su historia: había perdido a su hijo en la guerra y su alma estaba llena de tristeza. «Crea una lágrima de esperanza», pidió. «Algo que me recuerde que, incluso en la oscuridad, hay luz». Se inclinó, sintió el calor en su interior y comenzó a moldear, naciendo un cristal transparente con destellos dorados. La mujer observó el milagro y suspiró. «Gracias, ahora sé que mi niño está en un lugar mejor». Con el paso del tiempo concibió quimeras para los enamorados, sonrisas para los olvidados y coraje para los valientes, siendo el recordatorio vital de que todos podemos reverdecer, incluso cuando nuestras ganas parecen apagarse.