Mi prima seguía insistiendo a su hija adolescente para que tuviera a bien acudir al campamento estival, pero la joven se enrocaba y reforzaba en su posición de no. Que aprendería mucho y era único..., «díselo tú», me decía, mientras la comida se le atragantaba. Más recalcaba, más feroz era la defensa. Más vana la pretensión educativa y materna.
Cuando más difusión y adoctrinamiento hacen los medios de comunicación y los ministerios acerca del tratamiento normalizado de la homosexualidad y de la pluralidad de prácticas o vidas sexuales, cuando se celebra el día del orgullo gay, es en esas fechas cuando más agresiones reciben.
Nunca hemos visto una estructura tan reforzada tanto en lo institucional como en la educación o en la publicidad contra la violencia hacia las mujeres y, sin embargo, nos aterran las enormes cifras de maltrato y los horrendos asesinatos. El feminismo creció en pretensiones, publicidad y reclamos, pero dicen que los jóvenes adolescentes son mucho más machistas que antaño.
No son pocos los años, más de una década al menos, en que prensa y televisiones advertían contra los riesgos de que la extrema derecha llegara al poder en uno u otro país. Hicieron cortafuegos y alianzas. Pero al final triunfaron en territorios tan liberales como Holanda (o precisamente por eso), Austria, Italia, etc. Y ahora Francia. Se ve como un imposible, una fatalidad que conduce directamente a la catástrofe. Sin embargo, no se trata del fascismo de inicios del siglo XX que, junto con el comunismo, arrasó Europa. La clase media, desatendida y en caída libre, viendo cómo cada vez vive peor, se arrojó a los brazos de Le Pen, unida a los obreros, incomprendidos por una izquierda concentrada en cuidarse del sexo de los ángeles. También en España podría ocurrir un Gobierno de coalición entre PP y Vox, ¿sería volver a los tiempos de Franco? Imposible. Ni lo pretenden los más radicales de sus dirigentes. Parece perdido el justo medio, sin equilibrio.
Quienes gobiernan tienden a quemarse y es normal que cosechen decepciones, por eso en otros países, como Austria, gobernaron y pasaron. Por otra parte, cuando llegaron al poder algunas figuras radicales se suavizaron y no fueron lo que se temía, afortunadamente, como vemos, por el momento, en Italia. Parece que ni la extrema izquierda hoy pretende llevarnos comunismos de sangrientas revoluciones y a campos de concentraciones como los de Lenin o Stalin ni la extrema derecha quiere exterminar a judíos o contrincantes como ocurrió en tiempos pasados.
Sin embargo, los extremos tienen muchos puntos en común. Indican que nuestra sociedad está enferma y que los partidos moderados lo han hecho mal, no han satisfecho a sus ciudadanos que, hartos, han caído finalmente en brazos de quienes promovían soluciones más radicales.
Tiempos difíciles: las gentes quieren hechos, no solo frasecitas electorales.