El martes por la tele vimos una divertida película de piratas. De un pirata de lo más sombrío y «sanguinario» que jamás ha navegado. Torpe, obsesionado por ganarse el amor de una bella mujer lucha por desenmascarar a un gobernador deshonesto de una parte de algún confín bajo bandera española. Los piratas eran personas en miseria y embustes que se ponían a disposición de un capitán que les llenaba la tripa de ron con agua de mar y tomaba el pelo. Planeaban ataque rápido intentado el abordaje. Y allá donde ponían el pie, pata de palo o garfio, sabían que había un buen botín y detrás, algún gobernador español vestido con ricas prendas brocadas que adornaba su persona con rubíes y esmeraldas, monóculo y muchos servidores dispuestos a cumplir sus deseos. Los piratas dominaban las flotas. Mar Caribe, golfo de México y costa de la península de la Florida. Gran presencia tuvieron en las islas de Tortuga en Haití y Jamaica. El Mediterráneo fue zona estratégica. También habitaron la región de las Antillas menores, Panamá e intentos de invasiones fugaces en Cuba, Martinica, etc. Pero la edad de oro de la piratería llegó con el descubrimiento de América entre 1650 y 1730; las islas fueron sus refugios. Allí establecían sus reglas y sistema de gobierno. Compartían botines, y, si anteriormente habían establecido alguna constitución que amparaba a todos, el pirata en mando se la pasaba por el forro y a otra cosa mariposa. En las pelis, se roban unos a otros. Los piratas de tres al cuarto brindan por la Hermandad. Los hombres del gobernador a veces se traicionan al ver los brillantes botines lejos de ellos. Y, aparece la chica que se lleva el bueno. Siempre es alta, rubia, de cuerpo escultural y bonita cabellera. Cuando España monopolizó la ruta de América, Francia e Inglaterra quisieron desmontarlo con ayuda de piratas. Entonces, legalizaron la piratería y los llamaron corsos. Llegados al siglo XXI, piratas o bucaneros del pillaje de mar o tierra parece que se hubieran establecido cerca al querer dar paso a la muy ilustre y sibilina patente de corso con fines decretados de saquear el corazón que a todos duele: España.