De los linderos del Universo se escucha una delicada melodía, de aquellos horizontes resplandece la luz de una Princesa, de ella fulgen destellos de blancura que purifican la Creación entera, y de esos destellos florece la bondad, la paz, la sonrisa eterna y el amor del Altísimo. María es la princesa, la aurora de los tiempos, el amanecer de los siglos, el descanso y la alegría de las generaciones, María es la dichosa de las naciones y de los mundos. De los cauces de la Creación brotan los nenúfares más esbeltos y bellos, y en ellos se recrea la princesa celestial, la prometida del Eterno. Su primera sonrisa fue para el autor de la Creación, su segunda sonrisa fue para el Hijo que nació en Belén; su primera ternura fue para el Dios creador, su segunda ternura fue para el Hijo de su regazo.El orvallo de las estrellas desciende a la Tierra como regalo de la princesa a la humanidad, cual fragancia de pétalos rosas, cual destello de sus gracias a los hombres y mujeres de todas las épocas. María celestial nació de Joaquín y Ana en Nazaret, durante la expansión del imperio romano en las tierras de Israel, ella venia de los reinos celestiales, como prometida del Eterno, para dar a luz al Salvador. María es el primer céfiro que inundo los mundos, el primer canto que escucho la Creación entera, el primer suspiro ante el tierno infante en el establo de Belén, junto a la sinfonía de los Ángeles. De ella partieron los primeros destellos en la oscuridad del caos y la primera esperanza para los mortales desesperanzados. María asistió junto al Altísimo al momento de la Creación y fue preservada sin mancha alguna para toda la eternidad, y fue coronada como reina de los cielos el día de su asunción a la Gloria Eterna. María es la luminaria de los navegantes, ella es el faro luciente que guía en la travesía del mar tenebroso, o del sendero oscuro, ella señala el fin de la travesía y la alegría del triunfo que ansía la humanidad.