Con una personalidad única, excéntrica y al límite, Truman Capote alcanzó la fama en todas sus dimensiones: social, profesional y económica, quizás, la única que le faltó fue la familiar desde su más tierna infancia. En compensación, logró el olimpo de la literatura con la creación de un nuevo estilo periodístico, el de no-ficción, también conocido como new journalism o nuevo periodismo junto a otros colosos de las letras como Tom Wolfe, Gay Talese, Norman Mailer y Hunther S. Thompson.
Capote (Nueva Orleans, 1924-Los Ángeles, 1984), del que se cumple un siglo de su nacimiento este próximo lunes y casualmente cuatro décadas de su fallecimiento con tan solo 59 años el pasado 25 de agosto, conoció la fama, el respeto, la veneración y también la exclusión de los que en su momento fueron sus grandes amigos en aquellos momentos de miel y rosas.
Sin embargo, su historia comienza a muchos kilómetros de la Gran Manzana, en el llamado profundo sur de Estados Unidos, en el seno de una familia rota que acabaría separándose y trasladándose a un bullicioso Nueva York, una exigente ciudad donde no hay espacio ni para niños ni para aprensivos. Fue en esa época infantil cuando el pequeño Truman empieza a escribir en la urbe de los rascacielos y así soportar mejor la soledad y el desarraigo, un hábito que le llevaría a convertirse en unos de los escritores más famosos y reconocidos del siglo XX.
Con tan solo 18 años empieza a trabajar de chico para todo en The New Yorker y publica pequeños relatos y reportajes de todo tipo.
Con cierto estilo gótico e intimista, Capote saca a la luz la que sería su primera novela con tan solo 21 años Miriam, una obra bien acogida por la crítica y que le dio cierto renombre.
Pero no fue hasta Desayuno en Tiffany's, en la década de los 50, cuando se consagra definitivamente como escritor y casi también como guionista al convertirse su texto en una excelente adaptación cinematrográfica protagonizada por Audrey Hepburn.
Su interés por el periodismo y su intensa colaboración en los medios lo acercaron a la disciplina del reportaje de investigación, lo que dio como fruto su célebre A sangre fría (1966), creadora del género del nuevo periodismo, un estilo que mezcla a la perfección la ficción narrativa y el relato real.
Esta minuciosa reconstrucción de un crimen real relata a todo detalle el despiadado asesinato de la familia de granjeros Cutters de Kansas. No en vano, Capote tardó seis largos años en documentarse al completo para conocer y recoger personalmente los testimonios de los protagonistas, las emociones del entorno y elaborar una gran cantidad de diálogo con la que ilustraría su texto.
Tal fue la inmersión del autor en el caso que hasta convivió con los asesinos hasta ser ejecutados.
Una obra maestra de novela-documento o novela-reportaje que Capote narra con detallado realismo y una fría distancia, denunciando en ocasiones la violencia que late en la sociedad americana cuando se levanta la pátina de feliz apariencia de una sociedad desarrollada y en progreso.
A pesar de su rotundo éxito, Truman no volvió de Kansas igual que fue. Regresó angustiado, deshecho, vacilando sobre su talento tras un proceso creativo que le había absorbido por completo y empapado en dudas morales.
Sin embargo, a su llegada a Nueva York, el autor del nuevo periodismo fue agasajado por toda la alta sociedad, desde la élite económica al coqueteo con la crème de la crème del momento.
En la cúspide
Su enorme popularidad literaria, su sagacidad y una personalidad extrovertida le valieron a Capote muchas invitaciones a fiestas de la alta sociedad neoyorquina. Primero como periodista ilustrado y luego como uno más entre ellos. El escritor frecuentaba fiestas, programas televisivos, cumpleaños de altos cargos políticos. Con su extraordinaria memoria, recordaba datos, conversaciones y relaciones entre unos y otros. El pacto implícito en esos convites era que las indiscreciones nunca saliesen de allí.
Pero Truman rompió su pacto en el relato La Côte Basque, publicado en la revista Esquire, donde desveló detalles íntimos e infidelidades de los matrimonios de varias damas de la alta sociedad que admiraban al escritor y lo habían convertido en su confidente. Visto como un traidor, le dieron la espalda, lo que agravó su adicción al alcohol y a las drogas. Ni su talento ni su prestigio salvaron a Capote de un final solitario, solo acompañado por el que había sido su pareja durante tres décadas, Jack Dunphy.