Ilia Galán

LA OTRA MIRADA

Ilia Galán

Poeta y filósofo


Accidentes y leyes

22/09/2024

Llovía, pero iban mis ruedas, seguras, por firme carreterita atravesando la hermosa campiña Toscana cuando, de pronto, vi cómo un camión iba acercándose por un camino lateral. La llanura permitía vernos perfectamente. Pude observar cómo parecía que no iba a detenerse; en un segundo, mil imágenes. Mis ojos, incrédulos, vieron cómo su gran volumen, cual enorme elefante, se abalanzaba sobre mí. El impacto no dio en la puerta en la que iba una de mis traductoras al francés, sino en la zona de la rueda trasera. Afortunadamente, porque de otro modo tal vez la habría aplastado y nos habría matado. Ese golpe hizo que mi automóvil girase como una peonza, avanzando hacia atrás, como un cangrejo, hasta estrellarse y salirse de la calzada, embarrancando en un lateral. Habían intentado matarme... ¿Tal vez estaba el joven conductor mirando el teléfono móvil? Imposible era no verme... No podía estar tan dormido... ¿Me habían descubierto por fin para acabar con mis actividades, con mis críticas, con mis poemas y textos?
Después de forcejear, trepando e ilesos salimos de la chatarra en que parecía haberse convertido mi pobre BMW que, como un caballo blanco, quedaba herido de muerte... ¿Adiós al Halcón Milenario, a mi Bucentauro? Al menos, tanto mi traductora como yo pudimos escapar de la muerte y las heridas, luchando con denuedo. Tres segundos antes no habría pasado nada, dos segundos después nos habría aplastado como un pie escacha a las cucarachas. La vida pende de un hilo, siempre, y llevamos la muerte susurrándonos a veces al oído sobre su preeminencia, como también portamos la sombra, aunque lo olvidemos. Miles y miles de kilómetros han atravesado mis ruedas y he tenido oportunidades diversas de acabar malamente de una u otra manera. Basta que un camión u otro vehículo cometa una infracción para poder perder la vida y la hacienda. Di gracias a Dios por esta nueva advertencia. Los antiguos sabios y santos decían que hemos de vivir como si mañana hubiésemos de morir, o esta noche, haciendo lo que debemos, buscando lo mejor, despreocupándonos de un destino que muchas veces no está en nuestras manos, por mucho que queramos asegurarlo.
Llamé a mi seguro, excelente, pero no así los empleados que en diversas llamadas me pedían de nuevo los datos, por culpa de la mil veces maldita y estúpida «ley de protección de datos», desarrollada por burrócratas muy mentecatos allá en Bruselas. No han pensado en muchos casos, como este, en que uno puede estar medio herido, destrozado, y preguntan una vez y otra, con cada agente, siendo la misma empresa, incluso el color de mi bólido. Quieren protegernos y los ordenadores nos desordenan el alma con innecesarias, odiosas, peroratas... Mientras, las bombas atómicas respiran, nerviosas, en los arsenales europeos, al margen de nuestros empeños. Nuestra seguridad es vana quimera.

ARCHIVADO EN: Leyes, Bruselas