Como el perro y el gato. Así podrían definirse las relaciones entre España y Venezuela, dos naciones unidas por sus lazos históricos, así como económicos y comerciales, pero que, cada cierto tiempo, se ven algo erosionadas a causa de diferentes choques políticos. El último de ellos, la decisión del Ejecutivo nacional de acoger al exiliado Edmundo González, así como la aprobación del pleno del Congreso de reconocer a este como presidente del país iberoamericano tras los polémicos comicios celebrados en junio, con acusaciones de fraude y en los que España y gran parte de la comunidad internacional solicita la publicación de las actas electorales. Ambos sucesos, unidos a las recientes palabras de la ministra de Defensa, Margarita Robles, (que llegó a calificar al gabinete que dirige Nicolás Maduro como una «dictadura»), han elevado la tensión reciente, generando una nueva crisis. La última gota que ha alcanzado este vaso es la detención en Caracas de dos ciudadanos españoles acusados por Maduro de tener posibles vínculos con el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y con personas a la oposición que estarían preparando un plan para asesinar al líder del Palacio de Miraflores, algo desmentido por el departamento de Asuntos Exteriores.
Lo cierto es que el trato entre los dos países podría definirse como una montaña rusa, donde las polémicas han sido recurrentes desde principios de siglo. El inicio se remonta al 11 de abril de 2002 con el fugaz golpe de estado contra el Gobierno Hugo Chávez, de solo 48 horas de duración. El ministro socialista de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, acusó al PP, por aquel entonces al frente de la Moncloa, de apoyar la rebelión encabezada por Pedro Carmona. Los populares desmintieron haber participado de forma activa en la intentona. Sin embargo, el propio Chávez, con su habitual locuacidad (heredada en mayor intensidad por su sucesor), aprovechó para atizar al Ejecutivo nacional. «No tengo duda de que fue cierto. Fue un gravísimo error del anterior Gobierno, porque estoy seguro de que el pueblo español, las instituciones y el Rey son buenos amigos de Venezuela», llegó a destacar el difunto dirigente.
Aquello pareció quedar en agua de borrajas, pero todo explotó en la XVII Cumbre Iberoamericana de 2007, con el famoso «¿por qué no te callas?» de Juan Carlos I al mandatario de Sabaneta. Esa frase, que surgió fruto de los ataques del propio Chávez a José María Aznar (a quien calificó de «fascista» en reiteradas ocasiones, tras una sucesión de declaraciones políticas anteriores entre ambos) y después de múltiples interrupciones durante un discurso de José Luis Rodríguez Zapatero, evidenció la fractura entre ambas partes. Todo se suavizaría con la visita del líder venezolano a territorio nacional en julio de 2008.
Las tiranteces volvieron a surgir tiempo después en materia de lucha antiterrorista contra ETA, uno de los aspectos políticos más espinosos durante los mandatos del propio Zapatero y de Rajoy. La presencia de miembros de la banda armada en territorio americano ha sido un punto de fricción.
Ejemplo de ello fue lo ocurrido en 2010, cuando el Gobierno solicitó a Venezuela la extradición de Arturo Cubillas, deportado a ese país en 1989 y reclamado por el juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco, por delitos de conspiración para cometer homicidios terroristas y de tenencia de explosivos en colaboración con banda armada, en el marco de la causa de la presunta relación entre el grupo vasco y las FARC.
La respuesta de la fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, fue clara, al afirmar que la Constitución de este país veta, en su artículo 69, esta petición al haber obtenido la nacionalidad de este país por naturalización.
La réplica del Ejecutivo fue aún más contundente: «El Gobierno bolivariano considera una demostración de cobardía, que la clase política española pretenda justificar su fracaso en la lucha contra este flagelo, intentando endorsárselo al pueblo de Venezuela».
En 2014, ambos limaron asperezas y reafirmaron su compromiso de seguir colaborando y «de profundizar su relación amistosa y fructífera» en este ámbito.
Lejos del plano político, la realidad es que las relaciones comerciales entre ambas naciones son escasas, con unas exportaciones por importe de 146 millones de euros en 2023, frente a unas importaciones que ascendieron a 619 millones y que prácticamente se limitan al petróleo que importa Repsol.
Así consta en el último informe sobre el país elaborado por ICEX España Exportación e Inversiones actualizado en mayo, en el que detalla que el petróleo representa el 88,6 por ciento del total de compras, seguido por los camarones (5,5), los productos semielaborados de aluminio (dos) y el ron (1,2).
Diferencias
Venezuela ocupa el lugar 98 como país de destino de la exportación nacional y el 70 como nación suministradora en 2023, con una tasa de cobertura que está en torno al 24 por ciento, aunque es un dato «extremadamente volátil» porque depende de la cantidad de crudo que reciba Repsol de la petrolera estatal venezolana PDVSA en pago por su deuda.
Aunque la situación cambia si se mira desde el otro prisma. España es el tercer mejor cliente para Caracas en este sentido, según los datos del Observatorio de Complejidad Económica, a fecha de 2022. El petróleo es el principal producto, con un valor total de 436 millones de dólares de los 518 en ese período.
Pero este representa el cuatro por ciento de las importaciones de este material a España. Una cifra pequeña, aunque supone un crecimiento cuatro veces mayor en los últimos dos años, hasta los 1,7 millones de toneladas. Dato que pone de manifiesto el acercamiento de ambas naciones en este apartado. Aún así, en el mapa que compone la nación europea, el territorio bolivariano ocupa una pequeña 'extensión' si lo comparamos con otros países como EEUU (según estadísticas de la Corporación de Reservas Estratégicas de Productos Petrolíferos), que acaparó el 17 por ciento del oro negro que entró a nivel nacional, seguido de México y Nigeria.
La semana pasada, el presidente del Parlamento de Venezuela, Jorge Rodríguez, pidió romper relaciones diplomáticas y comerciales con España tras las declaraciones de la ministra Margarita Robles. Aunque todo indica que aquellas palabras forman parte de la habitual verborrea del Gobierno de Maduro, los datos evidencian que pese a que exista un incremento en las alianzas a nivel mercantil, en este nuevo episodio de tensión, si se acabase por formar una brecha en el futuro, Caracas tiene mucho más que perder en este sentido que Madrid.