Cada vez que se producen los mensajes del jefe del Estado por Nochebuena, los medios de comunicación tienen a contraponer lo que escuchan con la actitud de los políticos, que contradicen con sus acciones las palabras, siempre conciliadoras, del Rey. Felipe VI, rememorando sus diez años de reinado, fue quizá en esta ocasión unos milímetros más allá de la cautela habitual con su censura a la "atronadora" contienda política que nos aleja de cualquier hipótesis de consenso. Creo que el toque de atención era, es, más necesario que nunca tras un año absolutamente esperpéntico, en el que el jefe del Gobierno no ha llamado ni una sola vez a La Moncloa al líder de la oposición, un hecho anómalo en una democracia occidental. Un año al que, si hubiera que resumirlo en tres palabras, yo lo llamaría 'el del forajido'.
Comprendo que hay que relativizar las cosas y mirar a la inestabilidad política que ahora se da en las principales democracias europeas -Francia, Alemania-y mundiales -comienza en pocos días, ay, la 'era Trump'-a la hora de comparar con lo que ocurre en España. Pero, lejos de consolarme esta ojeada por el entorno, me inquieta más. Creo que lo que ocurre en Francia o Alemania (no así en los Estados Unidos) es un debate político, por muy incómodo e inusual que aparezca, que, en el fondo, refuerza las respectivas democracias; por el contrario, en España, la democracia, a base de usar mal, cuando no violar, la Constitución y las normas legales básicas, comenzando por el Código Penal, se debilita a ojos vista.
No puede ser que un comentarista cualquiera, como el que suscribe, se atreva a titular una especie de resumen del año 2024 como 'el año del forajido' (consultar el término con la Real Academia). La Legislatura se anunció, antes de las elecciones, con la promesa de traer al fugado a España, para encarcelarlo naturalmente. Y luego, tras el acto electoral, por cierto convocado de manera inconstitucional (ver artículo 115 de nuestra Carta Magna), se convirtió en aliado y salvador. Y ahí sigue, en lo que él llama exilio, aguardando la visita de un jefe de Gobierno que, cumpliendo con sus exigencias, va a ir, en viaje humillante y de agravio para los jueces, a verle y pedirle la bendición para los Presupuestos y, por tanto, para seguir pisando los mármoles monclovitas un par de años más.
Así, el jefe del Ejecutivo de la cuarta potencia europea depende de alguien que no podría entrar en el país sin ser detenido. Qué quieren que les diga: me explico el rostro severo del Rey. Y conste que no se trata de hacer apenas una crítica a quien gobierna. También, no pocas veces, al tono y contenido de los mensajes (o la falta de ellos) de la oposición. Las relaciones entre las fuerzas políticas en España deberían caminar por muy otros derroteros que el duelo a garrotazos al que ya vamos, como a tantas otras demasías, acostumbrándonos. Como tantos, comenté con los míos, en la noche de la paz y el amor, que ojalá el mensaje del monarca pidiendo concordia a las fuerzas políticas sirviese de algo. Como tantos, a continuación añadí que, con estos mimbres que tenemos, seguramente hay que abandonar toda esperanza. Feliz despedida de 2024, el año del Forajido que nunca cumplió con su palabra y que dominó como nadie el, ejem, noble arte de escaparse.