Por supuesto que no creo que José Luis Escrivá, ministro para la transformación digital y de la función pública, antes ministro de inclusión, seguridad social y migraciones, vaya a convertirse en gobernador del Banco de España. No, desde luego, con la aquiescencia del Partido Popular, que se ha mostrado escandalizado ante el obvio globo sonda lanzado por el astuto Gobierno de Pedro Sánchez y sus múltiples asesores monclovitas. Yo aún quiero creer que este Ejecutivo, cuyo representante en el mundillo económico es el neo ministro Carlos Cuerpo, uno de los principales activos de Sánchez, el más popular en las encuestas de todo el elenco ministerial, respetará la tradición de consenso en el nombramiento de la figura del gobernador del Banco de España. Lo de Escrivá es, pienso, una serpiente de verano, una maniobra que esconde a un tapado (dicen que una tapada) cuyo nombre debemos conocer, acaso, esta semana.
El Gobierno es maestro en lanzar rumores provocativos. El de Escrivá, cuando Cuerpo va a presentar en las próximas horas un bastante brillante cuadro macroeconómico de por dónde andan las finanzas españolas, no es más que un petardo destinado a estallar sin consecuencias en medio de la reunión, el jueves, del Banco Central Europeo. Quiero creer esto, porque, si pensase que, tras todas sus otras maniobras de ocupación de puestos institucionales, el Gobierno de mi país pretende apoderarse también del Banco de España tras la espléndida etapa de independencia de Hernández de Cos, mi preocupación ante el estado de cosas aquí y ahora crecería exponencialmente. Bastantes problemas tenemos ya en España, en Europa y en el mundo (siempre miro hacia Trump, cada vez más probable presidente de Estados Unidos, y más aún tras el atentado que sufrió) como para agravarlos con una nueva guerra, después de las de los jueces, los fiscales y la que viene el próximo día 17 en torno a los medios de comunicación, ahora en torno al Banco de España.
Alguien debería pensar en que el divorcio cantado entre el PP y Vox abre una nueva etapa de posibles consensos en torno a cuestiones fundamentales, dejando para lo que debería dejarse el democrático juego Gobierno-oposición. Sucede que Sánchez, que siempre digo que es un fuera de serie en lo suyo y que no, esto no es un elogio, lleva la batalla en su ADN, como se muestra en su trayectoria en estos diez años, cumplidos este domingo, como 'estrella' de la política desde que le ganó las primarias en el PSOE a Eduardo Madina.
No sé si el señor de La Moncloa se plantea ya iniciar nuevos modos, giros inéditos, lenguajes conciliadores, gestos amistosos hacia quien no piensa como él. Desde luego, designar al ministro Escrivá como gobernador sería perseverar en el error del duelo a garrotazos, como, en mi opinión, lo será impulsar la falsa 'regeneración' que pretende forzar para los medios de comunicación que le resultan molestos.
España es, quiere ser, un país serio en todos los aspectos, incluyendo, lo hemos visto este domingo, el deportivo. Es un gran país que bien podría, por la vía de los grandes acuerdos, convertirse en un gran Estado: ¿por qué no iba a poyar el PP una investidura de Salvador Illa, como mal menor, en la Generalitat de Catalunya? Y ¿por qué no iba a garantizar el PSOE, como mal menor, la gobernabilidad en las autonomías en poder del PP, ahora libres de Vox?
¿Que esto es utopía, buenismo, equidistancia y qué se yo cuántas cosas más que te lanzan a la cabeza en las redes sociales cuando de estos temas escribes? Puede ser; pero no hay que renegar de la utopía, ni del buenismo, ni, menos aún, de la equidistancia, porque todo es relativo. Pero déjennos soñar un poco con una nación, a la que tanto queremos, mejor. Y no, la designación de Escrivá, todos mis respetos para él, en un puesto que será clave, como el de gobernador del Banco de España, no sería un buen síntoma. Dejémoslo en eso, una serpiente de verano que paga el sueldo a algún asesor al que tan poco brillante trampa se le haya ocurrido.