El intento de encontrar culpables por la tragedia de Valencia se ha impuesto al duelo y a la sensibilidad de todo el país por las víctimas, un sentimiento honesto de la sociedad española que contrasta con el ruido en el estamento político. Ni siquiera han podido aguantar el primero de los tres días de luto nacional sin poner en práctica la nada ejemplar costumbre de proteger primero sus intereses partidistas. El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, y el presidente del PP y líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, han sido los máximos exponentes de lo que no corresponde hacer en un momento como este. Afortunadamente, han sido los únicos en equivocarse del guion que se requiere en estas circunstancias. El primero fue el ministro, quien el miércoles por la mañana apuntó al presidente de la Comunidad Valenciana, Carlos Mazón, como responsable de haber activado de manera tardía la alerta máxima, una crítica que resultó suficiente para excitar las redes sociales con perfiles más próximos al PSOE y el Gobierno y avivar el debate sobre las supuestas responsabilidades, poniendo el foco en político valenciano. El argumento de Marlaska se extendió como la pólvora en lo que ya podría servir para crear un relato político entre la opinión pública sin necesidad de recurrir a más altos cargos y dejarlos señalados en un momento delicado.
El líder del PP, por su parte, perdió ayer una gran oportunidad de mejorar su perfil de estadista y alternativa. Debió dejar trabajar en estos momentos cruciales a los presidentes de Comunidad con todas las instituciones en lugar de intervenir junto a uno de ellos (Mazón) en un sorprendente intento de delimitar la responsabilidad de los suyos y señalarla en otros. Esta innecesaria exculpación preventiva es un error que se suma a la exageración cuando dijo que al Gobierno central le reclamaba, faltando a la verdad, no ya más colaboración sino "alguna colaboración", como si hasta ese momento no hubiera ayudado en nada. Otro intento de relato político a medida. En cualquier caso, más allá de esta sobreactuación de ayer, lo más reprobable es la inoportunidad de sus críticas, con decenas de cadáveres todavía por recuperar en las zonas devastadas y los servicios de emergencia dando ejemplo sobre el terreno.
La vuelta a la normalidad en las zonas afectadas por la tragedia, tanto en lo emocional como en lo funcional, va a requerir mucho tiempo, más del que habitualmente los políticos están dispuestos a concederse. Sin embargo, la tragedia vivida exige una tregua acorde a la envergadura de esta catástrofe humana y material porque van a ser muchos meses, incluso años, los que se necesiten para restaurar lo que el agua se ha llevado por delante. Tiempo habrá de analizar lo ocurrido y depurar responsabilidades, pero mientras tanto, que se respete el dolor de las víctimas, que se cuentan por miles entre supervivientes y un número aún indeterminado de fallecidos.