La revista Geológica Acta, fundada en 2003 en Barcelona, contaba en uno de sus números el hallazgo en Vañes de unos arrecifes entre 2006 y 2009. Y afirman allí que se trata de los arrecifes fósiles más antiguos de la Península Ibérica. A ese lugar bucólico vuelvo hoy al encontrar en mi hemeroteca a Miguel Ángel Fraile y su pasión por la apicultura, la que le lleva a transformar un autobús de Duque en un lujoso Colmenar. Miguel Ángel Fraile, nació en Estalaya, entrando en la Castillería, la tierra del famoso 'Roblón', en una familia de nueve hermanos, y fue uno de esos protagonistas a los que vas a entrevistar por una cosa y te sorprenden con otra. Cuando subíamos de Cervera, por encima de la carretera que lleva a Polentinos, llamaba la atención un autobús de Duque en lo alto del monte. Lo más curioso es el esfuerzo que tuvieron que hacer para subir el autobús que estaba abandonado a las afueras de Cervera hasta aquella finca de su padre. De esa forma, cuenta este protagonista, mataba dos pájaros de un tiro: reciclaba un montón de chatarra y servía para proteger el colmenar de las inclemencias del tiempo y de los animales. «El vehículo llevaba cuatro años sin moverse. Le enganchamos al tractor y arrancó por casualidad. Mi hermano, más arriesgado, le subió hasta la finca, aunque iba perdiendo piezas por el camino». Lo raro es que lograran subirlo en aquellas condiciones, pero a veces la voluntad puede con todo. Al contrario de las entradas de los templos románicos, situadas al oeste, que recibirán los últimos rayos de Sol cada jornada, Miguel Ángel orienta la colmena hacia la salida del Sol, para que reciban los primeros y, en aquel terreno plagado de brezo, roble y flora, nuestro amigo planta ciruelos, guindales, endrinos, manzanos y romero, dejando bien sembrado el camino a las abejas. Pero si ese capítulo, tal y como él lo describe, es apasionante, me fascina su paseo por encima del hielo que cubría el agua del pantano de Requejada. Una capa de 30 centímetros aproximadamente, les sirvió para adentrarse en el pantano con una vieja furgoneta y perder definitivamente el miedo a patinar en esos días típicos del invierno, cuando el Sol ni aparece, y la niebla lo envuelve todo.