Juan Francisco Pastor Díaz cumplía el 24 de noviembre 71 años y lo hacía con un buen balance, en el que sobresalen familia, trabajo y, ante todo y sobre todo, amigos, algunos de infancia, otros de juventud y la inmensa mayoría cosechados a lo largo de una vida dedicada casi por entero a la práctica deportiva, con el fútbol como estrella indiscutible.
«Voy por la calle y me saluda muchísima gente; a la mayoría la reconozco, aunque siempre hay alguna cara que se me despista y me tiene que aclarar que fue uno de los chavales a los que entrené. Es gratificante que guarden un buen recuerdo de ti», asegura para añadir, a renglón seguido, que se siente «orgulloso» de tener muchos amigos «y de haberlos conservado».
Nuestro protagonista es, por encima de otras muchas cosas, un hombre bueno, una de esas personas que ha procurado siempre dar lo mejor de sí mismo y que lo ha conseguido. Lo hizo como futbolista, como entrenador, como peñista, como cartero y como hijo y lo sigue haciendo a día de hoy como hermano, como esposo, como padre y como amigo. Se emociona al hablar de aquellos que las circunstancias le arrebataron por el camino, empezando por su progenitor que murió cuando él tenía solo diez años.
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