El de Carmen Arroyo y Marcelino García Velasco ha sido uno de esos grandes amores que comienzan en la juventud y se alargan hasta la vejez, capaces de superar circunstancias y avatares de todo tipo y que anteponen a lo demás, la prioridad de la pareja y la familia. Dos hijos y una hija, con sus respectivos cónyuges,y dos nietos la conforman y son el bálsamo que ayuda a nuestra protagonista a ir haciendo su duelo y salvando las aristas del dolor de la ausencia para serenarlo, asumirlo y seguir adelante.
Ha vertido muchas lágrimas, ha lamentado una y otra vez la pérdida desde el pasado 7 de abril, se ha rebelado contra la muerte, pero pese a todo se ha mantenido firme. Ahora se ocupa de ordenar el legado del poeta, habla con él a diario casi como si siguiera presente, aunque sin ignorar lo sucedido, pasea reencontrándolo en rincones, calles, fuentes, plazas y parques y mantiene una relación fluida y permanente con un grupo de amigas que también están solas.
Eso, la fuerza de sus hijos, el placer de la lectura y la relectura, el reto de la escritura y el enorme valor que tienen los abrazos de allegados y conocidos compensan en cierta manera el vacío que deja la muerte del compañero de toda una vida.
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