En Castronuevo de Esgueva los carros y remolques no disponían de buen acceso a los almacenes, por lo que para sacar los minerales para la siembra y la harina almacenada, o para descargar el trigo tras la cosecha, los agricultores tenían que cargar los sacos a la espalda (80 Kg. el trigo y 100 Kg. la harina y el mineral).
Ello provocaba que siempre cayera algo de trigo en la era antes de entrar al almacén, por lo que iban personas del pueblo con escobas a recogerlo para dar de comer a las gallinas.
Una de esas personas era Jesusín, personaje muy conocido en todo Valladolid, del que muchos pretendían reírse, pero era mucho más listo de lo que aparentaba.
EL TRIGO QUITADOY EL DINERO DULCEJesusín iba a recoger ese trigo con una escobilla, una criba que había hecho él mismo con un aro de chapa, y un saquillo para meterlo. La criba era muy cerrada y solo dejaba caer la arenilla, los cantos tenia que quitarlos a mano.
El trigo se lo llevaba a una gallina que tenía, que ponía dos huevos diarios. Le preguntaron si no tenía algún gallo y su respuesta fue «no, los gallos se comen el trigo y no ponen huevos».
Unos agricultores le dijeron a Jesusín que no podían darle trigo de los sacos, ya que estaban debidamente pesados y en el almacén comprobaban el peso, pero le prometieron que le llevarían un talego. Jesusín lo rechazó diciendo que ese trigo no era bueno y podría morirse la gallina. Ante la extrañeza de los agricultores por la respuesta explicó que era trigo quitado (robado).
Uno de estos agricultores que le ofreció en vano el talego de trigo a Jesusín era Justo Ortega. Un día paseando con su hermano por el camino que une las viñas con el Pico San Boal encontró en una escombrera una caja con alimentos caducados y una carpeta con facturas y otra documentación de una tienda de Valladolid perteneciente a un matrimonio de Castronuevo pero que había sido cerrada hacía poco. Entre la documentación había también 20 billetes de 10.000 pesetas. 200.000 pesetas en total. Ya estaba en vigor el euro, pero las pesetas tenían validez.
Justo recordó entonces las palabras de Jesusín sobre el trigo quitado y no dudó en que debía entregar el dinero a su dueño. «El dinero es muy dulce si se gasta en caramelos, pero amargo si lo gastas en medicinas».
Justo Ortega había tenido dinero dulce en dos ocasiones. Durante la guerra, siendo él un niño de 8 años, llegó a la cantina de la Tía Petrilla un contingente de soldados italianos en una camioneta de la que asomaba una escoba. Justo se subió a por la escoba y cuando estaba dentro de la camioneta salió de la cantina uno de los soldados. Al verse pillado rompió a llorar, pero el soldado le bajó de la camioneta y le dio 5 pesetas. No quería cogerlas, y sus amigos aprovecharon para decir a voz en grito «si no las quiere, démelas a mi». Pero el soldado le insistió a Justo para que las cogiera. Las cogió y las escondió detrás de la iglesia tapadas con una teja, para no tener que dar cuanta a su madre de ese dinero, que suponía el jornal diario de un obrero. Pasados unos días las sacó y se las dio a su madre diciéndole que se las había encontrado en la plaza.
La segunda ocasión en que Justo Ortega obtuvo dinero dulce fue años más tarde. Trabajaba las tierras de Don Eusebio, un alto cargo de la Confederación Hidrográfica del Duero, y fue en un tractor con remolque junto al encargado a ver a Don Eusebio a su despacho, en la calle Muro, de Valladolid. Mientras el encargado subió al despacho, Justo se quedó esperando en el tractor. Durante la espera se le acercó un hombre a pedirle que le ayudara a arrancar su coche. Le ayudó empujando y el señor le dio un puñado de monedas que llevaba en el bolsillo, insistiendo ante la negativa de Justo a cogerlas y expresando la gratitud ya que con anterioridad había solicitado ayuda en varios y talleres en ninguno habían querido desplazarse hasta donde estaba el coche. Fueron 87 pesetas, casi 4 veces lo que Justo cobraba de jornal.