OPINIÓN.- En tiempos pasados, las sociedades avanzadas conmemoraban fechas que les recordaban a momentos de celebración y júbilo como batallas, conquistas o la subida al trono de grandes reyes. Eran sociedades muy unidas a sus éxitos en el campo de       batalla.
En la actualidad, señalamos en el calendario días internacionales para reivindicar las necesidades de algún colectivo o alguna causa social. Es un cambio significativo en el que todos estamos de acuerdo y que me sirve para introducir el día de hoy, en el que más de 100 países en todo el mundo hablan de Salud Mental. Sin embargo, es una celebración muchas veces vacía, porque año tras año, esta reclamación no logra concretarse en avances significativos
Podemos leer diariamente titulares que celebran los avances que van cincelando la sociedad del futuro, algo paradójico cuando observamos que esta misma sociedad necesita recordarse continuamente que, en algunas cuestiones esenciales, no se avanza demasiado. Este es el caso de lo que ocurre con la Salud Mental, tanto en su prevención como en su diagnóstico y tratamiento. Si la dignidad de una sociedad pudiese ser medida por cómo trata a los que se comportan diferente, a los desiguales, a los que están sufriendo y, en concreto, a los que padecen los estragos de una mala salud mental, nos sonrojaríamos concluyendo que estamos enfocando mal el      progreso. 
Los datos son tozudos. En España, el 25% de la población tiene o tendrá algún problema de salud mental a lo largo de su vida. No sólo eso. Según la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios, el uso de antidepresivos se ha triplicado en los últimos diez años. Sabemos que el 10,8% de los españoles ha consumido, en los últimos días, tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir y, el 4,5%, ha tomado                    antidepresivos.
El suicidio es ya la primera causa de muerte en jóvenes y adolescentes de entre 12 y 29 años. Según el Barómetro Juvenil sobre Salud y Bienestar 2021, 9 de cada 100 jóvenes experimentó ideas de suicidio «continuamente o con mucha frecuencia», cuando en 2019 esa misma proporción era del 5,8%.
A cambio, solo el 2% de los presupuestos en salud de los países que integran la Organización Mundial de la Salud (OMS) están dedicados a la salud mental. España es uno de los países de la Unión Europea que menos recursos destina a la atención psiquiátrica: 36 camas por cada 100.000 habitantes.
 La ONU advierte de que el 75% de las personas que sufren problemas de salud mental vive en países donde su tratamiento es insuficiente y no tienen acceso a medicamentos especializados. Lo que nos indica que, todavía hoy, el código postal, el nivel de renta y el nivel de estudios siguen siendo más determinantes en nuestra salud que el código genético.
Estos son algunos de los datos que contradicen la que nos gusta denominar sociedad avanzada, puesto que no parece rebelarse ni reactiva, ni proactivamente contra los problemas de Salud Mental de sus ciudadanos. Los presupuestos, la inversión en recursos e infraestructuras no está a la altura de este reto global al que nos               enfrentamos. 
Pero hay esperanza. Sin ir más lejos, la pandemia se ha convertido en un buen test para evaluar la capacidad de los sistemas santarios para aprender y desaprender de la experiencia y demostrar una alta capacidad adaptativa e innovación, algo que será imprescindible para afrontar el mundo que nos viene: un presente caracterizado por pacientes crónicos y pluripatológicos, de personas cada vez más conscientes -y por tanto exigentes- de la importancia de los autocuidados, y de mayores necesidades en materia de Salud Mental, un problema que ya venía siendo estructural e inherente a nuestro estilo de vida, pero cuyos efectos se han visto incrementados por la pandemia.
En Palencia podemos sentirnos orgullosos. Somos ejemplo en España de tolerancia, de normalidad y de conocimiento científico aplicado al campo de la Salud Mental. Contamos con una excelente red de entidades entregadas a minimizar las barreras invisibles que deben superar las personas que presentan sufrimiento psíquico. Un maravilloso ejemplo es el de las Hermanas Hospitalarias, patrimonio de esta ciudad, que desde el principio tuvieron gran ambición en el propósito y una gran humildad en el estilo.
Es cierto que como sociedad estamos dando pasos inequívocos. Por fin parece que comprendemos la Salud Mental de forma amplia, no como la mera ausencia de enfermedad. Pero ahora el reto se centra en que los sistemas sanitarios puedan ser capaces de desarrollar una visión integral del concepto de salud, además de seguir avanzando en la especialización técnica.
Insiste, acertadamente, el eminente doctor Muir Gray, en que aunque la pretensión sea tener al paciente en el centro, hoy la realidad es que el sistema y sus servicios es el que ocupa. Pero esto es imposible sin una adecuada inversión pública. Hemos pasado por numerosos planes y estrategias de Salud Mental a nivel estatal y autonómico sin memoria económica. Es un sinsentido.
Ahora hemos conocido que el Plan de acción de Salud Mental del Ministerio de Sanidad está dotado con 100 millones de euros para el periodo 2022 a 2024, apoyado por la Unión Europea y sus tres principios rectores: acceso a una prevención adecuada y eficaz; tratamientos y atención sanitaria asequibles y alta calidad, y reinserción en la sociedad tras la recuperación. Confiamos en que obtenga los resultados esperados.
Termino con el anhelo del que espera que una sociedad realmente evolucionada, lo sea porque tiende puentes, porque lleva a zonas seguras a los que están en zonas de sufrimiento, a los que sufren por algún problema de su salud mental tantas veces invisible, y que lo hace sin necesidad de poner etiquetas.