Ilia Galán

Ilia Galán


La Pascua florida palentina

01/04/2024

No es la primera vez que la Semana Santa, frente a otras zonas de hispánica primavera, en mis tierras de Carrión de los Condes parezca venir como invierno. Todavía me admira recordar a legionarios jubilados en camisa llevando el Cristo, valientes, mientras los demás sobrevivíamos con abrigos. Tierras severas y duras las nuestras en el norte de nuestra provincia; amables en las calenturas veraniegas. Donde mientras otros esperan flores, las heladas continúan en las mañanas del jueves o el viernes santo. Pero una gran enseñanza hallamos en los textos evangélicos que ahora se renuevan con lecturas intensas y es que, después de la cruz y la muerte, viene la resurrección y la alegría, como después del invierno llega la primavera, y que no todo acaba en un terrible sinsentido, sino que hay esperanza, pero hemos de buscarla, hay que salir al encuentro de las verdades más hondas de la vida. Amodorrados en nuestros sillones, junto a una estufa, tal vez no vengan ellas a visitarnos. Meditar, activamente, sin dejarse caer, luchar por conocer y luego ser lo que debemos ser es lo que permite, cada vez más, ver.
La severidad de esta semana se complementa con su final resplandeciente, de alegría suma, pues lo que parecía oscuro se torna luminoso. Esa es la divina promesa que nos ofrece el cristianismo.
Días de descanso y de introspección, si queremos, que se combinan con los recuerdos... No estaré este año llevando sobre mis hombros, uno de ellos algo roto ahora, el Cristo del Amparo, una figura tremenda del siglo XIV y, a la vez, bellísima, por las calles de nuestra querida población, mientras jadeamos bajo el peso del paso. He de estar esta vez lejos, pero no olvido su río, el Carrión, que pasa como el tiempo, dejando en su curso frío, gélido, su rastro, pronto borrado por otros rastros nuevos. Así pasamos y ¿qué dejaremos? Ojalá puedan decir, si no tanto como de Jesús: «todo lo que hizo era bueno, pasó haciendo el bien», al menos acercarnos a ello. También se preguntaba Sócrates al morir: ¿hice mejores a los demás? Es decir, más felices... ¿Qué hemos hecho de nuestras vidas tú..., y yo?