Si recuerdan el camino del Real Madrid hacia su penúltima Copa de Europa, en el cómputo global de cada eliminatoria siempre fue peor que el rival. No mereció, dicen, ninguna de las cuatro victorias. Ni siquiera la de la final ante el Liverpool: Courtois sacó lo que era imposible sacar. Fue la fortuna, comentan. La experiencia, rumorean. La magia blanca en la competición, sostienen. Todos son mejores que el Madrid. «No merecimos ganar», reconoció Ancelotti saliendo de San Sebastián… Pero ganan. Llámenlo talento, costumbre, saber competir o (como sucede este año) vencer por inercia, porque la nómina de atacantes es tan brutal que te permite ser un equipo malo, casi insultar al propio fútbol, y ganarlo prácticamente todo. En Stuttgart, como han hecho muchos rivales merengues en la Copa de Europa, siguen buscando explicaciones.
Mal inicio
Por el contrario, el Barça no le tiene cogida la medida a Europa… y parece que es el Viejo Continente el que se la tiene cogida al Barcelona. Siempre hay 'algo' por el que se le escabullen los partidos, las eliminatorias, lo que sea. Como en el adiós del pasado curso ante el PSG, una expulsión temprana (demasiados minutos en inferioridad) condenó al conjunto en su estreno. Llegaban con la moral por las nubes y la Champions le devolvió a esas incómodas sensaciones de la derrota: quizás una plantilla debilitada por las bajas y la ausencia de músculo económico tome ahora consciencia de su vulnerabilidad, lo que sería peligroso para un equipo pletórico en LaLiga. Ter Stegen, habitualmente preciso, lanzó una moneda al aire que Eric García ni siquiera intuyó. Roja, 80 minutos en inferioridad y nadie, ni siquiera Lamine Yamal, pudo evitar el desenlace más lógico posible.
Japoneses y turcos
Nunca sabes por dónde puede sorprenderte el fútbol… pero lo hace. Hay hornadas gloriosas de aquí y de allá, y en el mejor escaparate posible (la Champions) siempre hay 'detalles' capaces de sacar una sonrisa al aficionado más curioso. Hemos puesto nombre y apellido (Arda Güler) al nuevo brillo del fútbol turco, pero la magia de Kenan Yildiz (Juventus) es casi mayor: el chico (19 años) abrió el marcador del 3-1 sobre el PSV Einhoven; al día siguiente, Akturkoglu y Kokcu daban la victoria al Benfica en Belgrado frente al Estrella Roja (1-2). Exactamente el mismo día en que Furuhashi, Mateta y Maeda se exhibían y marcaban en el 5-1 que el Celtic le endosaba en su estadio al Slovan de Bratislava. El fútbol japonés (que ya sufrimos en el pasado Mundial de Qatar 2022: primeros de grupo por encima de España y Alemania) sigue al alza.
La euforia
Simeone aludía a lo pasional («No es casualidad lo que ocurre cuando jugamos en casa») pero Griezmann, mientras tanto, acude al manual de los grandes jugadores: no puedes ganar solo son emociones, con carreras alocadas o peticiones de aliento a la grada. Hace falta fútbol. Y el de Maçon, con el paso de los años, va despojándose poco a poco del delantero que corría al espacio para centrarse en su papel de mediapunta que controla los biorritmos del ataque de su combinado. Incluso en el último instante, cuando todo son nervios y ni siquiera el entrenador argentino puede tomar decisiones razonables porque le hierve la cabeza, Antoine cuelga una pelota perfecta, con la pierna diestra y al segundo palo, para que la euforia tumbe (o eso parece, aunque no sea verdad) a la razón.