Desde siempre, y en cualquier cultura que se precie, el río ha sido uno de los símbolos fundamentales que, mejor y más fecundamente, han acompañado los pensares y sentires de los hombres y de sus vidas. Tomo prestada la palabra sabia de nuestro J. Á. González Sainz: «Las grandes civilizaciones, desde la india a la china o la mesopotámica, nacieron a la vera de las grandes corrientes fluviales, beneficiándose de ellas y también defendiéndose de ellas, de sus crecidas e inundaciones». En sus fronteras siempre hubo ríos, delimitando sus contornos. Han sido, también, los primeros nombres de la poesía, quiénes han ido aportando profundidad al símbolo del río, mientras buscaban en sus aguas respuestas a sus preguntas. A «La profunda e inacabable dialéctica de las cosas humanas». No ha habido ninguno, probablemente, que nos lo haya dejado escrito con más sentimiento y belleza que Gerardo Diego, en su Romance del Duero: «Río Duero, Río Duero,/ Nadie a estar contigo baja,/ ya nadie quiere atender/ tu eterna estrofa olvidada, sino los enamorados/ que preguntan por sus almas/ y siembran en sus espumas/ palabras de amor, palabras». Fernando González Córdoba y Reyes Juberías Hernández, han tenido la feliz iniciativa de rescatar las voces de 32 poetas en una sobria edición titulada 'Versos del Duero', con prólogo de González Saínz, el ensayista y pensador más lúcido que tiene ahora mismo Castilla y León, tras la muerte de José Jiménez Lozano. 'Versos del Duero', reúne una poesía desprendida y lenta, como el cauce largo del Duero. Entre este grupo de imprescindibles no podían faltar, entre otros, Blas de Otero, Dionisio Ridruejo, Dámaso Santos, Antonio Machado, Miguel de Unamuno o Jesús Hilario Tundidor, con aquella insuperable Elegía en el alto de Palomares: «Mi juventud, desprendido,/ tiré a los álamos blancos./ El agua se la llevó,/ madre lenta y cauce largo./ Las avecicas de plata/ sobre el Duero se posaron./ Mi juventud desprendido/ tiré a los álamos blancos». Junto a Tundidor, otros poetas contemporáneos de distintas edades, trayectoria y estilo que enriquecen la edición, unidos todos por la eterna canción del Duero, que suena y resuena, entre los álamos de ruiseñores con sus ramas llenas de vida y más vida. Sus promotores denominan esta antología poética como un tratado sentimental y filosófico del río Duero, que fluye por el paisaje castellano: «El libro ha sido concebido con la mesura que exige la calidad, la humildad de admitir que no están todos los que son y la certeza de que si son todos los que están». La publicación, va acompañada de una grabación de los poemas, a cargo de Fernando González de Córdoba, rapsoda con prestigio y experiencia. Libro impreso y CD, constituyen una de esas joyas culturales que se realizan con tanto esmero y amor en esta bendita tierra. Acabo está gacetilla, con unos versos del soriano Jesús Gaspar Alcubilla: «Volved, sotos de mi vera, manantiales claros,/ remansos cristalinos donde mi corazón crecía,/ riberas de agua dulce, pinares y alamedas,/ volved porque os llamo, volved, volved, mi tierra…»