Después de la defensa del pensamiento crítico que hizo la Ilustración hace ya más de dos siglos todo hace indicar que hemos vuelto a una situación preilustrada, en la que ahora las voces de las personas con conocimientos contrastados (científicos, filósofos, literatos o artistas) se escuchan menos que las de aquéllos que disponen de un altavoz más grande pero sin trayectoria, estudios o disciplina (influencers o youtubers). La «todología» abunda en las redes y en los medios. Y, por si fuera poco, nos llega la Inteligencia Artificial como panacea y remedio de casi todo, cuando lo que deberíamos desarrollar es la inteligencia y el comportamiento humano. La perversión del lenguaje ha dado lugar a la cultura de la cancelación donde el que no siga las directrices de lo «políticamente correcto» es descartado, cuando no fulminado. Las palabras que se utilizan en el debate político-social son deliberadamente confusas para evitar que cada uno, en el deseable ejercicio de su libertad personal para buscar la Verdad, tenga su propio criterio. Se nos habla mucho de feminismo (como si fuera una guerra de sexos), cambio climático (asustándonos cada día con la información meteorológica) o ecologismo (diciéndonos hasta lo que debemos comer) como si la mujer, el mundo o la naturaleza no hubieran existido nunca y la ignorante «ciudadanía» -alumbrada por una insufrible y verborréica demagogia de nuestros gobernantes- hubiese descubierto las soluciones para atajar unos problemas que en el fondo obedecen a una ideología «progresista» ávida de imponerse a toda costa. Los auténticos y verdaderos problemas que tenemos hoy afectan al hombre considerado en sí mismo como ser superior de todo lo creado. Desde el derecho a la vida (tanto en su comienzo como en su final) hasta la familia (basada en el matrimonio de un hombre con una mujer), pasando por la educación de los hijos (tarea esencial de los padres) o el cuidado de nuestros mayores (arrinconados en las residencias). Preocuparnos por los animales, las energías renovables o las pantallas está muy bien, pero siempre pensando que todo eso está al servicio de las personas. Como nos decía el Papa Francisco hace pocos meses, «no nos resignemos a un guión ya escrito por otros, rememos para invertir el rumbo, incluso a costa de ir a contracorriente». Aunemos el coraje de los jóvenes y la memoria de los mayores para construir el futuro. Como hacen los salmones cuando remontan la corriente para desovar en el mismo sitio donde nacieron.