Estamos a un mes tan solo de que la primavera por fin nos visite y se enseñoree de nuestros campos, pero también de nuestros cuerpos y nuestras mentes; a pesar de esos amagos que nos ha lanzado a cuerpo gentil -en unos lugares más que en otros-, y que han propiciado que de pronto la naturaleza se volviese un tanto revoltosa y, confundida por la bondad del clima, comenzase a salir de su letargo alumbrando brotes anticipados en algunos de los árboles del campo, cuales han sido principalmente los almendros. Ellos tan madrugadores siempre, que hasta soportan cada año una especie de arquetipo, cuando se dice aquello de que «te adelantas más que los almendros» en cientos de conversaciones del día a día. Bien, pues este año, con estas benignidades tan evidentes del clima, la floración de los almendros se ha iniciado mucho antes; y como todavía nos queda invierno que pasar, las previsiones a pie de campo hablan de que las heladas que todavía vendrán, malogren muchos de estos frutos. Es una pena, porque nos las prometíamos tan felices… Y es que, a pesar de todo ello, el invierno nos está resultando largo en el tiempo y frío en esencia. Pero claro, así tiene que ser; porque ya saben que, a pesar de esas temperaturas un tanto benignas muchos de los días, al invierno no se lo come el lobo, como habitualmente se reconoce. Aun así, o precisamente por ello, hay que reconocer con cuánto deseo se la espera a la primavera cada año. Y más cuando ya se advierten ciertos esbozos de la misma a nuestro alrededor. Y es entonces, cuando comenzamos a sentirla con una cierta fuerza, cuando la cantamos, la paseamos y la escribimos los más bellos poemas que ella con su bonito colorido nos inspira. Y tanto y tanto la queremos hacer nuestra, que en ocasiones nos sobrepasa, nos rebasa. Es cuando decimos aquello de que «la primavera la sangre altera». Pero es normal, cuando venimos de tantos y tantos días de tiempo intempestivo continuado y de excesiva merma de luz, que propicia un ambiente triste y unos caracteres retraídos y serios, recluidos mayormente en el interior de nuestras casas. Dejémosle entonces a la primavera que hable.