La Unión Europea se ahoga y es evidente que ya no puede competir económicamente con EEUU o China. El expresidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha advertido que la supervivencia del modelo está en riesgo si no se lleva a cabo una reforma integral de sus políticas, con una clara apuesta por el impulso de la inversión público-privada -unos 800.000 millones anuales, más del doble de lo que se invirtió en 1946 con el Plan Marshall- y la emisión de deuda conjunta para poder financiarse. El banquero italiano presentó más un centenar de medidas encaminadas a que la UE no pierda el tren del futuro y se aboque a una "agonía lenta".
Europa pasa por momentos de zozobra y debe resolver sus bajos niveles de innovación en sectores estratégicos como el tecnológico -donde es una obviedad que se ha quedado atrás-, minimizar su gran dependencia del suministro de las materias primas y ha de convertirse en un líder global en energías verdes. Sin embargo, el mercado común, base y fundamento del proyecto comunitario, cada vez lo es menos, con numerosas regulaciones nacionales, enfocadas al proteccionismo, que impiden que se tomen medidas a nivel global. Esta tendencia, sumada al euroescepticismo, que cada vez tiene mayores adeptos, son los verdaderos culpables de que no se hayan sentado las bases para que la UE se haya mantenido como una alternativa a EEUU y al gigante asiático. A todo ello hay que sumar que el crecimiento económico del Viejo Continente se ha estancado de manera preocupante en las últimas décadas, generando una brecha cada vez mayor con sus competidores que han sabido salir más reforzados de las crisis económica y sanitaria.
Los datos son demoledores. Los desequilibrios y las desigualdades entre los socios comunitarios no ayudan. Los salarios en Alemania o en Francia nada tienen que ver con los sueldos que se pagan en España o Portugal y ese hándicap también se acaba convirtiendo en un problema endémico. Eso internamente, pero es que si se echa un ojo al exterior se constata que la renta por habitante ha crecido dos veces más al otro lado del Atlántico que en el seno de la UE desde que comenzó el siglo XXI y Draghi ya ha advertido que todo es debido a una inquietante merma de la productividad europea.
Las recetas lanzadas el pasado lunes para sacudir a la UE de su letargo son un buen antídoto para evitar el colapso, pero nada se puede llevar a cabo si los gobiernos de los Veintisiete estados no se conciencian de la necesidad de seguir por la misma senda, con una apuesta decidida por un proyecto común y económico que hoy en día se tambalea.