Mikel Garciandía

Carta del obispo

Mikel Garciandía

La Carta del obispo de Palencia


Manos Unidas misioneras

09/06/2024

Queridos lectores, ¡paz y bien! El próximo miércoles, la agenda de la diócesis registra la Asamblea de Manos Unidas. Una ocasión para agradecer, revisar e impulsar esta iniciativa de la Iglesia, inspirada por el Espíritu hace años a un grupo de mujeres de la Acción Católica. Escribía yo para la campaña de este año: «Dios mismo, vuelve hoy para hablar con nosotros, y nos pregunta: ¿Dónde está tu hermano?» (Gen 4, 9). Y Manos Unidas sostiene esa pregunta contra viento y marea, contra la indiferencia, la comodidad, y las estériles disputas de las redes sociales que pretenden desviar el verdadero foco de la cuestión.
No sé; ¿soy yo el guardián de mi hermano? Es la terrible respuesta de Caín, que nosotros los cristianos, y otras personas con convicciones humanistas no podemos dar. Sí sabemos, y si no, nos podemos informar, de la terrible huella que la actividad desenfrenada del ser humano, fundamentalmente del hemisferio norte, genera en las poblaciones deprimidas y abandonadas del hemisferio sur. En la sociedad de la comunicación, vivimos en la mayor incomunicación e insolidaridad, para los de lejos, y para los de cerca: no conocemos al vecino, ignoramos la vida del compañero, desconocemos la situación de familiares, vemos al inmigrante como peligro, juzgamos y marginamos al joven inmerso en la droga, al enfermo mental.
Sí, soy, somos guardianes de nuestros hermanos, y su vida es la nuestra y su dolor ha de ser el nuestro. En la campaña de este año, los responsables de Manos Unidas en Palencia nos trasladaban datos que no han de ser tomados como cifras estadísticas, sino como reflejo de la familia humana. En este quinquenio 2023-2027 tenemos como lema «El reto de la desigualdad: Liberar a la humanidad de la pobreza del hambre y de la desigualdad». Formamos parte de un único planeta que no tiene recambio. Su transformación por desgracia, no va a venir principalmente de los grandes de la tierra, sino del fermento casi imperceptible de las redes de solidaridad para el cuidado de nuestro entorno.
Así, nuestros misioneros dejan su vida en tantos lugares del mundo, y hoy quiero detenerme en aquellos sacerdotes que sirven a Dios y a los hermanos en el Perú. Luis Fernando Crespo Tarrero, de 90 años, lleva 60 en Lima, en una parroquia de barrio y en la Pontificia Universidad Católica. Trabaja hasta la fecha con universitarios y profesionales en el movimiento UNEC (Unión de Estudiantes Católicos) y es improbable que vuelva a Palencia; Ángel Benito García, con 55 años, trabaja en Iquitos; y Domingo García Hospital, llegaron formando parte de la Misión Regional de Castilla, integrada por las diócesis de la región del Duero, y que se inició el 15 de junio del 1984.
He tenido esta semana la gracia de comer con Domingo, y su testimonio me ha emocionado y me ha removido en muchos sentidos. Un solo sacerdote para una parroquia de 70.000 personas, en las que tienen 13 capillas como referencias religiosas y también sociales. La Iglesia de Palencia apoya su proyecto, que consiste entre otras cosas, en el sostenimiento de los agentes laicos de su parroquia. Esta comunidad cristiana, junto con la liturgia, la formación y en anuncio, aborda y combate al pecado, al mal en todas sus manifestaciones. Entre ellas, previene la violencia física, psicológica, sexual contra las mujeres. 
Trabajan en red con el área social de ayuntamiento, con el hospital y centro y el ministerio de salud, con el ministerio de educación, con el centro de estudios para adultos, con la empresa privada (Terminales Portuarios Euroandinos). Domingo me dice: "contamos con un buen grupo de voluntarias y voluntarios. Cada uno cumplimos nuestra misión, pero con un objetivo común. Prevenir, captar, acompañar... Capacitar en talleres de formación para emprendimientos y en talleres de liderazgo: la mujer es persona y su aportación es la decisiva". Población costera llegada de todo Perú es duramente golpeada porque el calentamiento del mar ha alejado la pesca, La caída en las capturas amenaza ese frágil tejido social en el que la Iglesia aporta esperanza, desde la fe y el amor.
Apoyar campañas como las de Manos Unidas, o como la que se hizo ayer en Saldaña en favor de esta misión, nos dignifica a nosotros, porque restaura su dignidad original a los hombres y mujeres que Dios ha creado como una sola familia. No se trata por tanto de descargar nuestra conciencia con una limosna, sino de igualarnos con quienes no han tenido la misma fortuna que nosotros. Este verano incluimos oración y solidaridad en nuestra maleta de viaje.