Muy preocupado debe estar Felipe González sobre la situación que vive España por la deriva del gobierno, cuando acepta la invitación de Pablo Motos para ser entrevistado en El Hormiguero. Motos, uno de los periodistas, junto a Griso, Ana Rosa y Ferreras, a los que Ione Belarra -apoyo de Pedro Sánchez- llamó mentirosos y corruptos en la tribuna del Congreso de los Diputados.
Felipe González se sentó en la mesa de Motos con un ejemplar de la Constitución en la mano, que mostró varias veces, y no calló lo que hasta ahora callaba. Ese silencio que ha mantenido durante años, se hizo eterno para infinidad de socialistas no sanchistas que veían cómo desde Moncloa se desmontaba el partido, se echaban por tierra sus principios, se marginaba a sus principales referencias y se tomaban decisiones que su secretario general y presidente de gobierno aseguraba que jamás iba a tomar. Pactos con independentistas y sucesores de ETA, cesiones inaceptables a los inconstitucionalistas, falta de respeto a las reglas de la democracia, indultos y amnistía para abortar decisiones de los tribunales y acuerdos con un prófugo que aspira nada menos que a la presidencia de la Generalitat.
Felipe González ha dado un paso al frente que prefería no dar por lealtad al PSOE, hasta el punto de declarar que seguía votando al PSOE, lo que llenó de desazón a buena parte de los socialistas que no se sienten representados por Pedro Sánchez. Confesó a Pablo Motos sus preocupaciones y dio opinión sobre todo. Explicó cómo se resuelve un problema con otro país sin necesidad de retirar a una embajadora, ni siquiera ante la actitud "insultante" de un Milei, porque hay que pensar en las consecuencias; dijo que Sánchez está obligado a dar explicaciones sobre lo que hace él, aunque la política no debe meterse en "problemas familiares". Advirtió que en el gobierno se está para gobernar, y cuando se le mencionó el recurso de recurrir a la militancia, de lo que presumen algunos partidos, recordó que no se respetó a la militancia de Aragón al conformar la candidatura al parlamento europeo.
Sin promover en ningún momento algo parecido a ganas de reconducir el PSOE, Felipe dio la voz de alarma al ver en qué se ha convertido el partido que refundó e impulsó hasta llevarlo al gobierno.
Que Felipe no haya dado hasta ahora ninguna opinión sobre qué pensaba de Sánchez, más allá de lo que se leía entre líneas en sus artículos, daba alas a los sanchistas. Parecía que el expresidente daba su aceptación, o era indiferente, a lo que promovía el partido.
Algo ha tocado al corazón de Felipe González, y a su cabeza, cuando ha decidido romper su silencio.
Habrá que esperar para ver si hay reacción ante sus palabras, si su voz sigue siendo respetada y querida en el PSOE actual o, como dicen sus dirigentes, aquel PSOE de Felipe está acabado y el expresidente ni siquiera es ya una referencia.