Me lo comentó una noche en el pub Oliver, entonces un famoso bar de copas de la calle Conde de Xiquena de Madrid, en el barrio de Chueca, que era propiedad de Antonio Gades y antes lo había sido, creo recordar, de quien fuera su marido Fernando Fernán Gómez, de quien llevaba mucho tiempo separada. Era entonces ella ya una señora en camino de los 80, pero era una mujer de impresión. Fue toda una confidencia, con aquella voz suya grave, elegante y sedosa al tiempo, acompañada de una sonrisa con un pico de travesura y un chispear en los ojos de picardías pasadas. Como final de la frase soltó la carcajada que iluminó el local.
Yo no llegaba aún a los 40 y la razón de aquel encuentro complementaba mis labores e ingresos periodísticos colaborando con un programa nocturno de radio llamado Caliente y Frío que mantuvo muchísimos años Álvaro Luis y que llegué a medio conducir en parte durante algunos meses. La había entrevistado como mejor colofón de la noche y acepto muy gustosa la invitación a tomar una copa después.
La conversación fluyó, amena y risueña, y pocas veces he aprendido más y con más gusto de la vida, de vivirla, de saberla gozar, sufrir y torear. La había admirado siempre, sus canciones me habían acompañado muchas veces, pero desde aquel día la admiré aún muchísimo más como persona y como mujer. Porque era toda una dama.
El feminismo era tema de debate pero, entonces, también de mucho encuentro, reflexión y aceptación. Era igualdad y no esto en lo que ahora se pretende convertir. De ello hablábamos y también de amores, desamores e infidelidades. Ahí fue cuando me descubrió la palabra: hombreriega. Porque la única que existía , mujeriego, era de uso exclusivo de los hombres. A las mujeres que practicaban lo mismo se les aplicaban otros calificativos que bien saben y que no voy a escribir aquí. Vamos que lo de ser mujeriego hasta tenía su prestigio, pero la práctica en el sexo contrario suponía el peor insulto y la más rastrera y vil condición. Me pareció todo un descubrimiento lingüístico que no sé por qué no se ha utilizado más y seguro que en la RAE no está. Pero me gustó y me gusta un montón. Hombreriega, ¡toma ya!
Si por entonces también hubiéramos preguntado, o si lo hacemos hoy, a alguien por el origen natal de quién era una de las grandes figuras del escenario (y diría que aún más de la canción) la inmensa mayoría hubiera respondido, y me parece aún más ahora, que María Dolores Pradera era nacida sin duda en algún país hispanoamericano. Muchas de sus canciones tienen ese origen y ese son. Sus boleros, sus rancheras, sus baladas, sus vals peruanos, aunque cantaba copla, también nos llevaban y llevan a esa conclusión. Pero la gran señora de la canción así se la apodó, había nacido en Madrid, de madre vasca y padre de Asturias, y de Tineo además. Fue la menor de cuatro hermanos. Y fue su progenitor quien, siendo ella muy niña, hizo las Américas y marchó con la familia hacia allá instalándose primero en Argentina y luego en Chile, dedicándose a todo tipo de negocios que no le fueron del todo mal. Decidió volver a España e instalarse definitivamente en Madrid. Pero la muerte prematura truncó todos sus planes al fallecer muy joven, aún en 1935, un año antes del estallido de la Guerra Civil. María Dolores tenía tan solo 11 años. La familia tenía ciertos posibles y, a pesar de la guerra, ella hizo estudios de piano e inició los de bachillerato, que abandonó en 1940 para dedicarse con tan solo 16 años a la interpretación. Vivía en la Calle Viriato, en el muy castizo barrio de Chamberí. Recordaba aquellos años difíciles pero lo hacía de una manera muy especial y con un enorme poso de agradecimiento y buen recuerdo de su madre, a quien se sentía muy cercana. En una entrevista con el diario El País relató en el año 2011: «Creo que en mis ojos hay algo heredado de mi madre, el colorido y la viveza. Procuro estar alegre. Si no lo estoy, me lo impongo, me cuento chistes de cuando era pequeña y me rií muchísimo, eran unos chistes muy divertidos».
Empezó haciendo papeles en el cine y descolló muy pronto en el teatro. De hecho, al comienzo se la conoció ante todo como actriz. Se había convertido en ciudadana argentina, y acabó por ser lo que no era por nacimiento pero sí por matrimonio y pasaporte tras su matrimonio con Fernán Gómez, que tenía esa nacionalidad y que ella hubo de tomar también. «Me tiré 30 años siendo hija de asturiano y vasca, como argentina y como no me podía divorciar pues más de un lío de papeles hube de resolver cuando ya me establecí de manera más fija en España», comentaba.
Porque pronto, al principio de la mano de su marido y luego ya sola, empezó a viajar al otro lado del charco con gran asiduidad y a cantar tanto allí como acá hasta a la postre acabando por ser reconocida, y popularmente aún más, como gran cantante aunque siempre fue una extraordinaria intérprete. Fue la primera española en cantar en el Royal Albert Hall de Londres y en el Madison Square Garden de Nueva York y, desde su primera gira, comenzó a ser una de las más requeridas por todos los países iberoamericanos y a disponer de las letras de los más grandes compositores de la época de uno y otro lado del Atlántico. Todos nosotros la tenemos en nuestra memoria cantando alguna de esas melodías hispanas y universales y a nada podemos a comenzar hasta a intentar tararearlas. A cualquiera que esté leyendo esto le salen, como poco, y de principio, dos. Los míos son El rosario de mi madre y Pa'to el año pero a nada podía añadir 10 más. Y no se me olvidaría (y menos hoy) Caballo Viejo.
María Dolores Pradera se había casado a los 21 años con el gran actor Fernando Fernán Gómez y tuvo dos hijos con él. Se separaron cordialmente en 1957 pero, al no haber divorcio en España, no pudieron dar ese paso hasta la llegada de la democracia al final de los años 70. De la Pradera se conoció una larga relación sentimental con el periodista, corresponsal y luego director de ABC Luis Calvo y poco más. Tuvo, eso era muy reconocido, muchos y buenos amigos en el mundo de escenario y de la canción. Decía que «se puede vivir sin amor pero no sin amistad» y de ello daban fe varias generaciones, desde Paco Rabal, Sabina, Carlos Cano, Miguel Poveda, Rocío Jurado, Lola Flores o Chavela Vargas y decenas más de uno y otro sexo. Era alguien, me dijeron algunos de ellos, con la que daba gusto trabajar y con la que tratar era siempre un placer.
Se esforzó mucho y siguió haciéndolo toda su vida compartiendo escenarios y complicidad, ya en este siglo, con los mas grandes, ya fuese colaborando con Sabina o siendo el alma del gran homenaje a Carlos Cano tras su temprana muerte. Con él había hecho la famosa gira Agarraditos, su recopilatorio En buena compañía, con lo más granado en 2007, o los 11 boleros acompañada por Los Sabandeños, de Te canto un bolero fueron grandes éxitos. No lo fue menos el disco Gracias a vosotros, donde la homenajeada fue ella, pues le acompañaron con sus voces Serrat, Sabina, Raphael, Sergio Dalma, Pasión Vega, Aute y varios más.
Seguía en los escenarios hasta que en 2013 un problema pulmonar ya le obligó a suspender sus giras. Aún se la pudo ver y escuchar el 21 de junio en el concierto de su amigo el joven cantaor Miguel Poveda en la conocida plaza de toros de Las Ventas, interpretando junto a él su maravillosa versión de Fina estampa. Reconozco que es una de mis canciones favoritas y que he dejado para recordarla al final.
Murió en su Madrid natal en mayo de 2018, a la edad de 93 años. Aunque ella siempre se quitaba dos.