Editorial

La impresionante movilización ciudadana requiere políticos que estén a la altura

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El inmenso dolor que está provocando en la sociedad española la devastadora tragedia de Valencia se multiplica al asistir atónitos al lamentable espectáculo que ha vuelto a ofrecer la clase política a la hora de enfrentarse a un drama. No solo por los errores en los protocolos de prevención antes de que la DANA arrasará con todo lo que pilló a su paso o por el caos que reinó en la zona cero durante los días posteriores a la catástrofe, también por esa nauseabunda sensación de que algunos dirigentes están buscando argumentos para construir el relato postrero que les permita obtener réditos políticos de la fatalidad. A ese lamentable espectáculo contribuye el vertedero de las redes sociales. Asomarse estos días a ellas produce escalofríos debido a la legión de insensatos palmeros que intentan contaminar con su bilis a la ciudadanía, estrategia a la que no son ajenos varios tertulianos orgánicos de los diferentes partidos. Esta mancha intoxicadora, tan de manual de la agitprop, comenzó a expandirse con el Prestige en Galicia y ahora ha llegado hasta el Levante.

La tensión vivida ayer en las calles de Paiporta durante la visita de los reyes, Sánchez y Mazón exige una profunda reflexión por parte de todos. La dignidad mostrada por Felipe VI y doña Leticia ante unos vecinos que lo han perdido todo contribuye, eso sí, a mantener la esperanza en que desde la unidad y la fortaleza de las instituciones es posible salir de esta.

Ese es uno de los pocos consuelos que está recibiendo una sociedad angustiada. Otro se lo está proporcionando la gente de la calle; la encomiable predisposición de esos valencianos que se lanzaron en masa a ayudar a sus paisanos antes de que llegara el Ejército y de los ciudadanos que desde cualquier rincón de España han acudido solícitos a las llamadas de las administraciones locales y de entidades privadas para donar alimentos y otro tipo de enseres de primera necesidad que alivien a las víctimas.

Todos ellos se merecen que lo mucho que queda todavía por hacer se haga con diligencia y empatía. El duelo va a ser muy largo y el proceso de reconstrucción de los hogares, localidades y empresas arrasadas también. La unidad que tanto se ha echado en falta estos días será entonces imprescindible para asumir que lo ocurrido en Valencia es una emergencia nacional, una crisis de Estado, donde nadie podrá refugiarse en los dichosos conflictos de competencias.

Este drama va a marcar a una generación de españoles y de políticos. De estos últimos, unos cuantos no van a salir bien parados. Otra vez. De los demás, solo cabe esperar que de una vez por todas aprendan a gestionar catástrofes sin chapotear en el oscuro fango de sus intereses partidistas.