Haciendo eses en la frontera

Fernando Pastor
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José María López fallecido este verano a la edad de 88 años. Sebastián López, su hermano, estuvo con él residiendo en Irún y en Burdeos.

Haciendo eses en la frontera

Ayer, día 1, hubiera cumplido 89 años José María López Zazo, de Alba de Cerrato, pero falleció este verano.

José María era una persona conocida, por entrañable, y protagonista de numerosas vivencias.

De niño formaba parte de una cuadrilla de amigos en la que estaban Toñín, Félix, Gonzalín, Jesús, etc. Un día observaron que se podía entrar a una bodega a través de la cancela. Aprovecharon la llegada de un cacharrero que iba por los pueblos vendiendo cazuelas, pucheros, cántaros… para birlarle dos pucheros con los que, al salir de la escuela, coger vino de esa bodega.

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Se colaba solo uno de ellos por la cancela y salía con los pucheros llenos, para fuera beber todos. Lo repitieron varias veces, incluido un domingo, al anochecer. Esa fue su perdición, ya que los vio el padre de José María, Marceliano, quien corrió hacia ellos, les quitó los pucheros llenos y se los llevó al dueño de la bodega. 

Éste interpuso denuncia, se presentó la Guardia Civil y los chicos fueron conminados a presentarse en la casa consistorial. Fueron llamados uno a uno a declarar ante el cabo de la Guardia Civil y de la secretaria del Ayuntamiento. Enfadados por haber sido su padre quien los delató, acordaron culpar a José María, acusándole de estar presente el día de autos y de ser quien dijo cómo entrar en la bodega, siendo falsas ambas circunstancias. 

Uno tras otro, cuando les interrogaban, repitieron la misma acusación. Ello no les libró de que el cabo les diera buenos guantazos preguntándoles «¿con qué mano queréis que os de, con la derecha o con la izquierda?»

Ante la unanimidad de la acusación, el cabo mandó a buscar a José María. Según entró por la puerta del Ayuntamiento, le recibió con una sarta de bofetadas.

Les impusieron una multa de un duro a cada uno y la obligación de permanecer encerrados en la carbonera un domingo por la tarde, sanción que Félix y Jesús no cumplieron pues la tarde que tenían que cumplirla se escondieron en una caseta.

Otra sonada que montaron, involuntariamente, fue el día que falleció Clementina, la mujer del médico, don Amado. Llegó un pescadero de Cevico de la Torre, apodado El rifle, en bicicleta y con un enorme perro. Los chicos ataron una ristra de latas al rabo del perro y este salió disparado y se metió en la casa de la difunta, cuya puerta estaba abierta para que entraran los vecinos al velatorio. El can saltó por encima del cadáver ante el asombro de los presentes, que nunca supieron quién le había atado las latas al rabo.

 En algunas fechas señaladas, como el día de los Santos Inocentes, las chicas sacaban a bailar a los chicos (lo habitual era lo contrario) y después los invitaban a merendar chocolate y pastas. Un año las chicas dijeron a Jesús y a Abelín que a ellos dos no les iban a invitar. Pero Abelín era hermano de una de las chicas que había hecho el chocolate, Elia, y por ello sabían que lo tenían todo guardado en casa de su abuela. Fueron allí y comieron todo el chocolate y pastas que pudieron y el resto lo tiraron. Bajaron a la cuadra con las bandejas, las llenaron con cagajones de las mulas y las rociaron de harina, imitando la apariencia de las pastas, dejando las bandejas donde estaban.

Al acabar el baile, las chicas iban diciendo a sus novios «tenemos pastas, pasteles, chocolate…», y se iban relamiendo. Iban Elia y su novio, Afrodisín; Teresa y su novio, José María; y otras como Carmencita, Lourdes, Gloria, Geni, etc. Al llegar a la casa sacaron las bandejas y descubrieron el pastel (nunca mejor dicho), mientras Jesús y Abelín, abajo, se partían de risa.

Las chicas se llevaron tal cabreo que mearon en un orinal y se lo tiraron por la ventana, pero cayó encima de David, que pasaba por allí.

Esta cuadrilla también se dedicaba a coger ratas de agua del arroyo, con cepos y perros. Cogían cientos de ellas y era sobre todo para merendarlas en las bodegas.

José María y su hermano Sebastián emigraron por motivos laborales y se establecieron en Irún. Después encontraron un trabajo en Burdeos, y para formalizar la carta de trabajo se vieron obligados a dejar allí el pasaporte. 

El fin de semana querían regresar a su domicilio de Irún, pero no les habían devuelto aún el pasaporte. Les sirvió con enseñar la funda. Al volver el lunes a Burdeos, Sebastián no tuvo problema, pero a José María le echaron el alto y no le dejaron pasar por no tener el pasaporte. 

Necesitaba atravesar la frontera para poder presentarse en su puesto de trabajo en Burdeos, y un conocido le dijo «coge una bicicleta y cuando llegues a la frontera te haces el borracho». Fueron juntos hasta la frontera y allí, mientras su amigo entretenía al guardia saludándolo, José María pasó con la bicicleta haciendo eses. Cuando ya había atravesado la frontera, el guardia se dio cuenta y comenzó a gritarle dándole el alto y haciendo ademán de salir tras él, pero el amigo le hizo desistir diciéndole «déjale, ¿no ves que va borracho como una cuba?» El guardia desistió y José María logró llegar a su trabajo en Burdeos.