En 1993, tras la celebración del Año Xacobeo, el Camino Francés fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Treinta años después, la ruta jacobea ha multiplicado por cinco el número de peregrinos que cada año llegan a Santiago y en su recorrido activan muchos pequeños municipios rurales.
De las flechas amarillas en el suelo a los móviles con GPS para guiar los pasos, del peregrino solitario en busca de espiritualidad y un lugar donde descansar a la masificación y los hoteles de cuatro estrellas. El Camino de Santiago Francés ha vivido una gran transformación en estos últimos 30 años.
Testigo de ello ha sido Ángel Luis Barreda, presidente fundador de la Federación Española de Amigos del Camino, incansable contador del Camino y uno de los nombres propios de la ruta jacobea, hoy Presidente de Honor de la organización Camino Francés Federación (CFF) y director del Centro de Estudios del Camino de Santiago en Carrión de los Condes.
Los primeros años. «En los primeros años de la década de los 80 empezaban a verse algunos peregrinos, principalmente franceses», comenta a la Agencia Efe. Pero apenas se hablaba del Camino de Santiago, una ruta con «muchos años de historia y muchos siglos de vacaciones, porque el Camino era una memoria que estaba olvidada», dice.
Fue entonces cuando un grupo reducido de gente, entre ellos este palentino de Carrión de los Condes, empezaron a «señalizar el Camino con flechas amarillas en bosques y campos para que la gente no se perdiese», porque la concentración parcelaria lo había borrado todo; a atender a los peregrinos que iban llegando con cuentagotas y a dar conferencias para devolver al Camino Francés su peso en la historia.
Recuerda Barreda el primer itinerario del Camino Francés que hicieron andando, en 1982, usando mapas del Ejército, porque no se sabía por dónde había que ir. «No había nada, habían desaparecido muchos caminos, éramos unos pioneros». El gran espaldarazo le llegó al Camino en 1987 con la declaración de Itinerario Cultural Europeo y «el aldabonazo definitivo» con la declaración de la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, justo hace 30 años, en 1993.
El despertar del camino. A la cabeza del desarrollo de esta ruta estuvieron las comunidades de Galicia, Navarra y Castilla y León, que tuvo en el anterior presidente de la Junta, Juan Vicente Herrera, «a su gran hacedor» como caminante y como impulsor. «Fue una época de gloria y esplendor para el Camino en Castilla y León», asegura Barreda. Poco a poco se consiguió que el Camino de Santiago Francés fuese recuperando su esplendor y que a su llamada respondieran cada vez más peregrinos.
Cuando se empezaron a contabilizar en 1980, llegaron 209 peregrinos a Santiago de Compostela. Diez años después fueron 4.000 y en el primer Año Jacobeo, en 1993, llegaron a Compostela 99.000 peregrinos. Las cifras se han multiplicado exponencialmente, casi por cinco, tras el parón de la pandemia. En 2022 se contabilizaron 437.000 peregrinos y se estima que 2023 acabó con más de 450.000, rozando casi el medio millón. «De ellos, el 10 por ciento, 40.000 han pasado por Castilla y León, que no es poco», apunta Barreda.
El perfil del peregrino. En estas tres décadas también ha cambiado el perfil del peregrino. «Al principio venían muchos jóvenes», afirma Barreda. La ruta se hacía a pie, de manera sencilla, descansando en albergues gratuitos atendidos por hospitaleros voluntarios.
Hoy los peregrinos llegan desde todas las partes del mundo, muchos son extranjeros y son numerosos los norteamericanos y los asiáticos. «El peregrino de antes no pedía nada, poco más que un sitio donde dormir. El de hoy exige mucho», asegura Barreda.
La economía. Es evidente que el Camino de Santiago ha sido «un revulsivo» para muchos pueblos, grandes y pequeños, que de otra forma habrían desaparecido. El Camino ha generado desarrollo y turismo y a su sombra han florecido negocios, hoteles, hostales, albergues, casas rurales, comercios, restaurantes.
En Calzadilla de la Cueza, un pueblo palentino de 50 habitantes, hay un hotel, dos albergues y una tienda de ultramarinos. «El Camino ha supuesto un revulsivo económico para muchos pequeños pueblos que de otra forma hoy casi ni existirían», asegura Ángel Luis Barreda.
En los meses de mayor afluencia en Castilla y León, septiembre y octubre, pasan entre cien y doscientos peregrinos al día por pueblos grandes y pequeños, por Carrión de los Condes, por Astorga, por Castrojeriz o por Calzada de los Molinos. «Ninguno sería lo que es hoy sin el Camino».
La otra cara. Pero en la moneda de este desarrollo también hay otra cara. En los primeros años todo era voluntario, los hospitaleros le dieron un sentido humano que contribuyó al éxito del Camino. Era una ruta que se hacía de forma diferente y eso fue lo que le dio un sentido especial, lo que diferenció a esta de otras rutas y le acabó dando la popularidad que ha acabado teniendo.
Hoy la popularización, para algunos, o la masificación, para otros, ha robado parte de la esencia del Camino. Antes el recorrido era más espiritual, en el sentido más amplio de la palabra. «Hoy el peregrino busca desconectar, hacer un paréntesis en su agitada vida», asegura presidente de honor de Camino Francés que se considera «un nostálgico» de aquellos primeros tiempos. Lo que es cierto es que hoy en día es un referente turístico, cultural y económico para las localidades por las que discurre y para parte de la provincia.