Relaciono completamente el encontrarme en restaurantes vajillas rotas, platos o tazas descascarillados, con una dejadez que se manifiesta o extiende cual metástasis a otras áreas del negocio; a la higiene, a la calidad de la comida y emplatados, al cuidado del vino, mantenimiento del local (colores, paredes, mobiliario, mantelería, cristalería), motivación del personal…
En el caso del personal, que es otro factor clave para saber de antemano si vamos a tener una buena experiencia, el cuidado con que van vestidos es reflejo exacto de lo bien, mal o regular que vamos a comer y ser atendidos; fíjense al entrar en si la ropa está desgastada o tiene roturas, está planchada, los zapatos limpios, ya no digo nada en los casos en que la propia ropa huela a sudor… y por supuesto la higiene personal; pelo, manos, uñas…
A veces, no parece muy evidente que vaya a haber ningún problema, pero en los entrantes ya nos ponen platos con roturas o, si no son de porcelana y son de loza u otro material poroso, con pequeñas manchas que el uso y el paso del tiempo han dejado incrustadas. Esto nos sirve para levantar la vista y ahí ya vemos que hay polvo en estanterías, migas en las sillas, manchas o pequeñas roturas en manteles y/o servilletas, cubiertos o copas mal repasados… empiezan a salir mil detalles rápidamente, se nos activa el modo alerta y es casi seguro que no vamos a disfrutar o que en cualquier momento vamos a tener problemas.
Para los hosteleros, además de otras muchas consideraciones a tener en cuenta, es imprescindible elegir la vajilla priorizando una buena, rápida y asequible o al menos asumible reposición de las mermas, que las va a haber, teniendo muy claro que la vajilla tiene una porcentaje de rotura y merma sí o sí.