«El aprendizaje de los niños es lo mejor de Piccolo»

Carmen Centeno
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Mª José Hernando es Yoyé. Lo ha sido desde niña y lo ha mantenido de joven y de adulta. «Una hermana mía no sabía decir mi nombre y me llamaba Yoyé», explica. Y en un entorno de bebés y de menores de cuatro años, no podía resultar más indicado

«El aprendizaje de los niños es lo mejor de Piccolo» - Foto: Óscar Navarro

María José Hernando Cañas -Yoyé, para todos- nació en diciembre de 1958 en Tetuán, ciudad en la que estaba destinado su padre. No guarda recuerda del enclave africano porque cuando solo tenía un año la familia se trasladó a Valladolid. Y es en la capital vecina donde ella vivió su infancia, su adolescencia y su primera juventud. 

Allí nacieron sus inquietudes personales y profesionales, allí estudió, hizo amigos, practicó deporte y aprendió desde muy niña las ventajas del orden y la disciplina. Y no solo por ser hija de militar, sino por ser la cuarta de seis hermanos, a los que luego se unieron cinco más de la mujer con la que su padre se casó unos años después de enviudar y la nacida de este matrimonio, que, contra todo pronóstico, sirvió para unir más a aquella gran familia numerosa. «Mi infancia ha sido muy bonita», asevera.

Recuerda que los hermanos jugaban mucho en la calle, práctica que considera «muy saludable», y que en su casa funcionaba a la perfección la turnicidad. «Cada uno hacía lo que le tocaba cada día, ya fuera poner la mesa, recogerla o lo que fuera, sin discusiones ni rebeldía», señala. «En una familia numerosa como aquella no se podía plantear el 'yo más' o  el 'tú más'; las pautas eran iguales para todos y se respetaban», apostilla. 
Yoyé Hernando se confiesa disciplinada y partidaria de aplicar normas y pautas en todas las facetas de la vida. Porque son útiles para el buen funcionamiento y porque le proporcionan seguridad. «Soy felicísima en el orden, tanto en casa como en el trabajo. Vivo acorde a unas costumbres y rutinas, sin perder nunca el control espacial y temporal», asegura. Cita, a modo de ejemplos, el hecho de no salir nunca sin haber hecho la cama, sin llevar limpios los zapatos o sin dejar recogida la cocina. 

Todo esto, que a primera vista pareciera estar reñido con la regencia durante cuarenta y un años de una escuela infantil, le ha servido para afianzar las tareas organizativas, para desarrollar su propio modelo, para mantener la calma en ciertos momentos difíciles, para inculcar a los más jóvenes ciertos hábitos cotidianos  y para evitar sobresaltos. «El conflicto no tiene un objetivo; es mejor buscar el acomodo en cada situación y reafirmarse en ella con la razón y el diálogo».

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