El pasado 12 de octubre, pude hablar unos minutos, durante la recepción del día de la Fiesta nacional en el palacio de Oriente, con Alberto Núñez Feijóo. Ese 12 de octubre el presidente del PP y líder de la oposición aún llevaba sus gafas, aún era pasto de los 'cartoonist' que, en sus lentes y en su nariz, fijan las características sustanciales de la caricatura del personaje. De pronto, el jefe de los 'populares' apareció, a mi juicio más joven, en todo caso distinto, libre de cristales ante sus ojos: mala noticia para Peridis y los otros magníficos dibujantes de humor que abundan en España. ¿Por qué ha dejado Feijoo de lado sus gafas? ¿Consecuencia de la operación de desprendimiento de retina que sufrió este verano? ¿Se ha vuelto un presumido, obsesionado por su apariencia física, como tantos otros políticos?¿O podemos quizá buscar razones más profundas en su transformación física, entendiendo que lleva también una mudanza psíquica?
Yo diría que Alberto Núñez Feijóo, que no ha pasado los mejores momento de su vida política con la actuación del PP en ciertos pasajes en las últimas semanas, rejuvenece porque comprueba que Pedro Sánchez atraviesa aún peores momentos de los que él mismo atravesó con los 'patinazos' parlamentarios de sus diputados. Y, si ahondamos un poco, basándonos en lo que nos dicen algunos psicólogos amigos, podríamos deducir que, más o menos conscientemente, el jefe de la oposición y, por tanto, hoy por hoy candidato más probable a suceder a Sánchez en el principal sillón y en el colchón de La Moncloa, se prepara, también estéticamente, para una nueva era: aquella en la que él llegue al poder.
Porque, desde luego, la semana que concluye no ha sido precisamente buena para Pedro Sánchez, el gran rival, quizá incluso enemigo, de Feijoo. Reveses judiciales durísimos, que incluyen la imputación de su gran protegido, el fiscal general del Estado, a manos del Supremo, o la desautorización completa y tajante de la querella presentada por Sánchez (bueno, por la abogacía del Estado) por prevaricación contra el juez que instruye el 'caso de la mujer del presidente', Begoña Gómez.
Bueno, no han sido los únicos disgustos que se ha llevado Sánchez en las últimas semanas, en las que han reaparecido en todo su esplendor los 'affaires' Delcy Rodríguez (y, por tanto, Abalos) y Koldo y en las que los medios 'disidentes' y no solo, para no hablar, claro, de las bancadas del PP, unían sus voces para pedir la dimisión del presidente. Y, de paso, de algunos de sus ministros, bien coordinados en el argumentario en defensa de su jefe en el Ejecutivo y de su secretario general en el partido. Que esa, el partido, en vísperas de su congreso federal, es otra: del cúmulo de aplausos se puede pasar fácilmente a la caza del 'número tres', Santos Cerdán, a quien se le encargan todos los trabajos sucios; y lo peor es que eso, realizado de manera algo chapucera, se acaba averiguando.
No me extraña que a Feijóo, personaje poco risueño habitualmente, con todo esto se le despeje cualquier atisbo de ceño, en contraste con lo que le ocurre a Sánchez, a quien, pese a sus esfuerzos por aparentar normalidad, los fotógrafos de prensa, que son unos linces, le sorprenden con rictus tensos, cansados y crispados. Sí, Feijóo aparece, con los retoques que fueren, mejorado, y no solo, o no precisamente, porque haya dejado de lado sus gafas, no sé si temporal o permanentemente. Para mí, ahora lo importante es saber si el segundo político más importante del país podrá ver con más claridad la táctica y la estrategia a seguir en su labor de oposición a un Gobierno que está francamente en apuros.
Y bueno, en el caso de Feijóo, me dice mi gran amigo y enorme caricaturista Tomás Serrano, afortunadamente todavía queda sin operar la nariz...