Ahora mismo, el Palencia Baloncesto está un escalón por debajo de algunos de los grandes, como es el caso del San Pablo o Estudiantes. Eso no significa que no pueda estar, con el tiempo, a su altura. Ayer se demostró con la derrota ante los madrileños, que dieron una exhibición en el primer cuarto y acabaron viviendo de las rentas, ante un cuadro morado que, eso sí, demostró orgullo y carácter, pero con eso no le llegó.
Con su quinteto habitual y de gala, Wintering, Borg, Kamba, Vaulet, Krutwig, arrancaba el Palencia Baloncesto, con un ambiente en las gradas que recordaba al de la ACB (habitual, por otro lado, en cualquier categoría) frente al Estudiantes de Pedro Rivero, el míster del ascenso a ACB, que fue recibido con más aplausos (muy merecidos) que silbidos.
No rehuyeron los morados el cuerpo a cuerpo, el juego dinámico, a muchas posesiones y cortas. Pero en esos parámetros se encuentra mejor el cuadro estudiantil, que tomaba una ventaja de diez puntos a los cuatro minutos de juego, provocando el inmediato tiempo muerto de Luis Guil. Granger estaba haciendo estragos, como los madrileños desde el triple. Oroz entraba por Wintering para secar al propio Granger y darle otro sentido al juego local. Sus dos primeras acciones acabaron con sendas asistencias a Krutwig. Antes de acabar este primer cuarto, el técnico palentino había cambiado a todo su quinteto inicial. No se acababa de dar con la tecla. Estudiantes era una máquina de hacer puntos, doblando en el marcador a los locales, 15-30.
Con la segunda unidad, salvo Kamba, iniciaba el Palencia Baloncesto el segundo cuarto, apuntando una reacción, que provocó la entrada a escena de nuevo de la estrella de Movistar Jayson Granger, que acompañaba a los tres excolegiales, Barro, Schmidt y Rubio. De nuevo, Estudiantes se fue a los quince puntos de renta, provocando otra llamada al orden de Guil. Estudiantes seguía machacando desde el triple, mientras que Krutwig mantenía a los morados en el partido. Él y el público, que nunca dejó de creer. La diferencia se recortó a los once puntos con esos minutos de acierto y personalidad del cinco morado y Rivero recurrió a su primer tiempo muerto a tres para el ecuador. Kamba apareció por primera vez para, con su triple, bajar de la barrera psicológica de los diez puntos. Estudiantes se iba al descanso con doce puntos de renta, pero con la sensación por parte del equipo local de haber parado, aunque fuese mínimamente, la sangría. Ocho triples de 17 intentos de los visitantes, porcentaje arrollador visitante.
Pero el segundo tiempo arrancó como el primero, alcanzando los madrileños su máxima renta de +19. Tiró de orgullo el equipo palentino, para con un parcial de 7-0 provocar el tiempo muerto de Rivero. El argentino Garino recibió el mensaje de su técnico, un rebote perdido, un triple y de nuevo al +19 visitante y llamada a filas de Guil a sus jugadores. Mensaje ahora recibido por los jugadores morados, que se agarraban al partido, con un parcial de 8-0. A impulsos, pero se mantenía vivo el Palencia Baloncesto. Kunkel levantó a la grada con un robo de balón, canasta en penetración y tiro libre adicional. El «¡Sí, se puede!» resonó más fuerte que nunca. 61-69 a falta de los diez últimos decisivos minutos.
Chema, el hombre de la máscara, dio ese plus de garra, de convencimiento en lo que parecía un imposible. Le echó narices, nunca mejor dicho. Cogieron su bandera Manu Rodríguez (un triple), y Wintering (dos tras robo y penetración), para colocar la desventaja a -5 con seis minutos y medio por delante, todo el mundo. Rivero pidió tiempo muerto ante lo que se le venía encima. Acción, reacción. Dos triples consecutivos visitantes, y de nuevo se disparaba la diferencia a once puntos. Era el turno de Guil para corregir errores. El partido se estaba jugando en esos momentos decisivos, a cinco y medio para el final. Estaba al límite de lo posible y lo imposible. Los morados apostaron por lo segundo, triple de Wintering, 2+1 de Kunkel, otro de los destacados, y otra vez metido de lleno el cuadro morado en la lucha por el triunfo. Kamba anotó un tiro libre y la distancia se quedó en cuatro puntos. La distancia se quedaba en tres puntos a 2'30''. Cada posesión parecía un parte de guerra, los puntos costaban sangre. Era la batalla final en 90 segundos. Rubio apagó el fuego local. Fue nadar contra corriente y morir a la orilla.