La primera farmacia rural de España se localizó en Astudillo, con el nombre de El Madroño, y atendida por el licenciado Don Rodrigo Nebreda. A ello se debe el monumento erigido en esa localidad, en la plaza Puertas de San Pedro, en piedra y con el logotipo del gremio, una copa rodeada por una serpiente.
En Magaz de Pisuerga había una rebotica que servía de lugar de reunión en el que jugaban a las cartas el médico, el cura, el estanquero, el escribano, etc.
Fuentes de Valdepero comparte nombre con la familia de boticarios que allí se estableció. Natalio de Fuentes Aspurz inició a principios del siglo XIX una saga de farmacéuticos que se ha perpetuado generación tras generación, siendo protagonista de los avatares que los tiempos y sus cambios han deparado.
Boticas
En Fuentes de Valdepero se hizo cargo de una farmacia que en un principio era una botica tradicional, con su laboratorio, en el que se elaboraban fármacos para exportar. Entre ellos destacó un producto que se hizo mundialmente conocido, el Tópico Fuentes, destinado a sanar las heridas de las caballerías.
También fabricaron una hoja antitérmica, así como medicamentos para la Casa Real, por lo que disponen del sello de esta institución.
Su auge propició que abrieran una farmacia en Palencia capital, que pronto se convirtió en sede oficiosa de reuniones de las altas esferas palentinas, a modo de casino.
Cuenta con dos hitos: tener el primer aparato de teléfono que hubo en Palencia, y disponer de baños con aguas termales y medicinales, en la orilla del río.
A Natalio le sucedió su hijo Isidoro, al cargo de las dos farmacias, la de Fuentes y la de Palencia, aunque poco después traspasó la primera. Doctorado en Farmacia y de carácter emprendedor, Isidoro fundó el Centro Politécnico San Isidoro, dedicado a la enseñanza (primaria, secundaria y de acceso a la Universidad). En el ámbito de la hostelería abrió una fonda que fue creciendo hasta convertirse en el Hotel Central Continental. Creó también un laboratorio fotográfico. En la esfera social, fue concejal en el Ayuntamiento de Palencia en tres ocasiones, presidente del Colegio de Farmacéuticos durante diez años, miembro de la Cámara de Comercio, miembro fundador de la Sociedad Económica y del Ateneo y promotor de la revista La Semana Palentina.
Con el paso del tiempo, generaciones sucesivas de la familia Fuentes han mantenido el prestigio de esta mítica farmacia. Actualmente está al cargo de Belén de Fuentes Pérez, que encarna la sexta generación, primera en manos de una mujer.
En la sede de la farmacia, en plena calle Mayor de Palencia, se encuentra el busto del precursor, Natalio de Fuentes Aspurz, tallado en mármol de Carrara, similar al existente en su mausoleo. También perviven los primero útiles y mobiliarios de la botica.
EL BOTICARIO DE ENCINAS.
Pero para farmacéutico renombrado, el farmacéutico de Encinas de Esgueva. Natural de Castrillo de Don Juan, comenzó a estudiar la carrera en Madrid, pero se trasladó a Santiago de Compostela porque le dijeron que en esta universidad era más fácil aprobar. A menudo contaba anécdotas de su estancia en ambas universidades y resultaba muy ameno charlar con él, aunque tenía muchas rarezas.
Ejerció de farmacéutico en Villaviudas en los años de la guerra y contaba que los adinerados del pueblo quisieron echarle pero no pudieron. Pretendieron quitarle la iguala, que consistía en una fanega del trigo al año a cambio de que él les suministrara algunos de los preparados que elaboraba. Se jactaba de organizar por las noches en su casa unas fiestas tremendas, a las que acudían a bailar las hijas de esos señores. Así dilapidó la sustanciosa cantidad que había recibido en herencia de un tío suyo.
Después fue titular de las farmacias de varias localidades de la comarca, lo que podía haberle proporcionado gran solvencia económica. Pero no fue así ya que no quiso poner un dependiente en cada una de ellas para poder tenerlas atendidas. Argumentaba que «no valgo para eso, mira que si los dependientes cobran una peseta de más o de menos…». Y es que era muy meticuloso en eso, hasta el punto de que cuando los clientes le pagaban y sobraba algo, aunque fuese un céntimo de peseta, él insistía para que cogieran la vuelta aunque no la quisieran por considerarla insignificante.
Nunca tenía prisa para nada. Se estaba hasta las 5 de la mañana por ahí y luego se levantaba al mediodía. Si alguien llamaba a la puerta para que le despachara una receta, tardaba en salir. Le llamaban ya de viva voz, y se le oía responder «voy», pero pasaba otro cuarto de hora y no salía. Si volvían a llamar respondía «he dicho que ahora voy», y como continuaran llamando zanjaba «pues ahora no voy», y ya no abría.
Incluso a misa siempre llegaba tarde. Iba por el camino poniéndose la corbata y el sombrero.
Solía ir todos los días en bicicleta a su pueblo, pues tenía una huerta con frutales, y se compró unos bueyes con intención de ponerse a labrar. Llevaba a unos chicos de Encinas para que le recogieran la fruta, pero luego la dejaba almacenada, sin venderla, hasta que se estropeaba y tenía que tirarla (para simple consumo era muchísima).
Cuando Hidroeléctrica Castilla introdujo el fluido eléctrico en Encinas, los vecinos tuvieron que pagar por la instalación. Sin embargo él se negó por considerar que era ilegal (tenía razón, la compañía no podía cobrar la instalación), y por ello estuvo varios años sin luz en la farmacia.
Los vecinos le decían que no se empecinase, que lo pagase pues era poco dinero. Incluso el alcalde le ofreció pagarlo el Ayuntamiento para que no estuviese la farmacia sin luz eléctrica, pero él no lo aceptó, respondiendo que no era por el dinero sino por principios, no pagar algo que consideraba ilegal. Finalmente claudicó y la farmacia empezó a contar con luz eléctrica.
Su peculiar estilo de vida, un tanto bohemio, le llevó a un final que no sorprendió a nadie. Aunque era normal que se levantara de la cama muy tarde, un día era mucho más tarde de lo habitual. Su hermana, con la que convivía, estaba cada vez más preocupada y a las cuatro de la tarde intentó entrar en la habitación, pero no pudo, pues estaba cerrada por dentro. Tiraron la puerta abajo y le encontraron muerto. Los vecinos especularon con las causas.
Le enterraron en su pueblo, tal y como él tenía dispuesto.
Con él sí cumplieron su voluntad, cosa que él no había hecho con su padre, al que enterró en Encinas. No se molestó en llevarle a Castrillo de Don Juan, alegando que le había fastidiado la hacienda. Su padre era de los más acaudalados de Castrillo y le gustaba el juego, pero gran parte de culpa en dilapidar su fortuna la tuvo el propio boticario con su estilo de vida.