Fernando Jáuregui

TRIBUNA LIBRE

Fernando Jáuregui

Escritor y periodista. Analista político


Atar en corto a los periodistas, que son un peligro (dicen ellos)

24/05/2024

Que dice doña Ione Belarra, lideresa de ese partido declinante, Podemos, cuyo jefe 'moral', Pablo Iglesias, tantas barbaridades ha proclamado sobre los medios de comunicación, que 'hay que atar en corto' a periodistas, y cita a cuatro muy conocidos presentadores de televisión, como Antonio García Ferreras, Susana Griso, Ana Rosa Quintana o Pablo Motos. Con quienes usted puede coincidir o discrepar, puede que le guste más o menos su manera de informar y comentar, puede usted estar más o menos cercano a sus ideas, pero son profesionales como la copa de un pino que están ahí colocados por sus empresas privadas, que saben que sus índices de audiencia compensan con creces lo que pagan por ellos.

No voy a discutir, en todo caso, la razón que pueda asistir a doña Ione, que es ninguna; la utilizo apenas como síntoma. Simplemente, quiero fijarme en cómo andan las cosas en el patio de la información en este cada día más crispado país; y si, encima, vivimos en una permanente campaña electoral, traducida en España como lucha por el poder, ya ni le cuento.

Las anomalías que afectan a la relación de los medios con eso que ha dado en llamarse clase política son ya muy graves, y tampoco obviaré que acaso nosotros, los profesionales de la comunicación digo, estemos del todo exentos de culpa. Pero la información es el mayor bien al que puede aspirar la persona, tras la vida y la integridad física, y ese bien no puede estar manipulado por manos fanáticas, interesadas, torticeras o fabricantes de 'fake news' en beneficio propio y en detrimento del enemigo, porque así estamos, en guerra.

Si se me permite, citaré algunas cosas que simplemente no pueden ser, y hablo de ambos lados de estas dos Españas: no puede ser que desde un sector de la política se ataque a una profesional de la televisión pública, como Silvia Intxaurrondo, porque se permite emitir opiniones personales (lo cual es perfectamente legítimo para un profesional, sea privado o público su medio). Ni puede ser lo que antes comentaba: que alguien tan, ejem, desconocedor de los medios como la señora Belarra diga, sin rubor, que hay que 'atar en corto' a un grupo de profesionales muy relevantes. Ni puede ser que determinados políticos, sobre todo de la izquierda pero a veces también de la derecha, se nieguen a acudir a programas o entrevistas a cargo de informadores a los que consideran 'del otro lado'; y admito que a veces determinados medios tampoco consultan ni llaman a quienes no les gustan.

Ni puede ser que desde la mismísima Moncloa se considere pura 'fachosfera' a cualquier periodista, uno mismo si llega el caso, que opina que algo, o bastante, o mucho, no se está haciendo bien. Claro que tampoco puede ser que desde algunos medios se diga que Gobierno u oposición, según el caso, lo está haciendo todo, todo, mal.

Permítame narrarle una experiencia personal dolorosa: pertenezco a uno de esos grupos de periodistas, plurales en su procedencia, que ocasionalmente se reúne con políticos y otras figuras públicas de interés para la sociedad, para nuestros lectores, oyentes o telespectadores. Así llevamos dieciséis años. Nunca había sucedido que, tras aceptar acudir a nuestros almuerzos, un ministro se retractase la misma mañana de la convocatoria. ¿Por qué? Porque al almuerzo iba a acudir el director de un medio que un par de días antes había publicado algo que no gustó al por otra parte siempre locuaz y provocativo miembro del Gobierno de un Pedro Sánchez para el que muchos periodistas, por lo demás, son, quizá somos, 'fango'.

Ni puede ser que un ministro, que resulta que es portavoz oficial de un partido al que pagamos los contribuyentes, lleve meses dando largas, sin atender a nuestra petición de reunirnos con él, por cierto en versión 'off the record', y ello sin mayores explicaciones. Ni puede ser...

La lista de los agravios recibidos es larga, y lo digo reconociendo que algún compañero aislado puede estar protagonizando escenas de clara provocación a políticos 'enemigos'. Sí, a veces es cierto que el barro llega hasta nuestras rodillas, pero se trata de casos aislados y perfectamente detectados. Desde luego, ni provocación ni desviación de la sagrada tarea de informar es que algunos compañeros míos investiguen actividades, relevantes por la materia y la persona, de una ciudadana que casualmente, o no tanto, está casada con el presidente del Gobierno. Y mira que desde las alturas del poder se han dicho cosas horrendas sobre esos magníficos profesionales sin tacha y sobre los medios que los contratan, y hacen muy bien, por cierto, en contratarles.

Los periodistas tenemos que abrir un muy serio debate sobre el estado de la profesión, y convencernos, porque también es preciso, de que estamos prestando, con nuestra labor, un servicio esencial a la ciudadanía, que no puede ser sustituida ni por las redes sociales ni por otros subterfugios con los que se intenta anular nuestra existencia como esos seres molestos que piensan que 'noticia es todo aquello que alguien no quiere que se publique'. O que libro periodístico es todo aquel que alguien quiere que no se imprima nunca. O que programa televisivo o radiofónico de sustancia es aquel que, qué le vamos a hacer, molesta a alguien.

Quizá por eso, porque alguien no quiere que algunas cosas se publiquen o se emitan, es por lo que estamos ante la mayor ocupación de los medios de comunicación públicos de nuestra historia democrática, y mira que ha habido intentos, tantas veces consumados pero no hasta este punto, de una tal ocupación. Rebelémonos: seamos irreverentes pero irreprochables, seamos implacables en la defensa de la libertad de expresión bien entendida, que implica que nadie, nadie, pueda atarnos en corto desde quién sabe cuál de los poderes en discordia en este país, empeñados, eso sí, en atar corto a eso que algún día, ay, se llamó cuarto poder y hoy es apenas esto que somos.