El Canal de Castilla siempre estuvo ahí. Al menos desde mediados del siglo XVIII. Aunque bien pareciera que el fulgor de la Ilustración, bajo el tópico de un movimiento adelantado a su tiempo, ya transformara este cauce de la otrora principal obra hidráulica de España en una serpiente multicolor, una paleta de colores que mece Palencia, Burgos y Valladolid. Pero, efectivamente, parece que siempre estuvo ahí, incluso desde antes de su construcción. Todos aquellos que han nacido junto al Canal, lo aman, pero también quienes lo han avistado por primera vez, como quien nunca quiere perder al amor de su vida. Y es que a él siempre se regresa, porque su magia ensimisma al visitante y al vecino y lo convence para siempre.
El escritor Raúl Guerra Garrido (Madrid, 1935, San Sebastián, 2022) consideraba que el Canal de Castilla «era sobre todo una emoción, la epopeya civil seguramente más importante en toda la historia de España, la obra cumbre del siglo de las luces, porque puso en pie toda una región absolutamente decaída como era Castilla». No lo dijo cualquiera, lo dijo un gran enamorado de esta infraestructura, a la que dedicó mucho tiempo de su vida. Alcanzó su cima con 'Castilla en Canal' (Ediciones Cálamo, 1998), una publicación en la que constató que «en Frómista, Canal y Camino se encuentran, y el cruce de lo telúrico con lo teúrgico marca un punto de privilegio, propicio a la meditación: la pacífica coincidencia de la fe y la razón es algo inusual», dejó el autor para la eternidad, una frase esculpida en piedra justo donde ambas se unen.
Fue un 16 de julio de 1753 cuando los primeros trabajadores empezaron a remover tierra en Calahorra de Ribas, en Palencia, donde el Canal se besa con el Carrión, que le cede parte de sus aguas. Hoy, 270 años después, y lejos de cumplir su objetivo primario, salir al mar Cantábrico, el Canal quiere revivir. Reclama protagonismo de la mano del riego, el consumo, el turismo, la gastronomía y la práctica del deporte. Quiere un empujón.
Por eso, ya existe trazado un Plan de Sostenibilidad Turística que pretende beneficiar a sus tres ramales, en 207 kilómetros y tres provincias. 38 municipios y entidades locales que saludan a su Canal de Castilla, con 49 esclusas, ovaladas y rectangulares, que permiten salvar el desnivel que presenta el terreno a lo largo del recorrido.
Un viaje por el Canal, de la mano de la Fundación Castilla y León, invita a descubrir de nuevo aquellos vestigios de arqueología industrial, hoy en muchos casos ruinas, como antiguos molinos, fábricas de harinas, hidroeléctricas o paneras rehabilitadas donde se almacenaba el cereal antes de partir al norte, algunas de ellas reconvertidas en atractivos turísticos, otros, restaurantes, hoteles, residencias de mayores y los más, centros de recepción de visitantes para algunos de los barcos que aún surcan sus aguas. Pero el principal uso es el consumo ciudadano y el riego. No en vano, nutre del líquido elemento al 70% de los habitantes de una gran ciudad como Valladolid.
Donde antes se tiraba de mulas y barcazas, hoy quedan ruinas de antiguos graneros y paisajes espectaculares, presididos por tradicionales palomares, que invitan a reflexionar, junto a varios barcos que intentan dinamizar el turismo de Tierra de Campos, una comarca que, de no actuar, caerá en una decadencia casi infinita, a pesar de los múltiples recursos con los que cuenta. Donde el arte, principalmente eclesiástico, y la naturaleza, se mezclan con las aguas del Canal para convertir esta 'Y' griega invertida en un particular paraíso.
La simbólica 'Y'
Ese trazado deja elementos como las dársenas de Medina de Rioseco, Valladolid, Palencia o Alar del Rey, de donde toma sus primeras aguas, compuertas, en algunos casos centenarias, en lugares mágicos como El Serrón o en Calahorra de Ribas, ambas en Palencia. El cauce del Canal tiene una sección trapezoidal, con una anchura y profundidad variable dependiendo de los tramos, entre once y 22 metros de anchura y 1,80 a tres metros la profundidad.
Para su construcción, que finalizó el 14 de diciembre de 1849 tal y como se conoce a día de hoy, se salvó un desnivel de 150 metros y se puso en marcha la ingeniería del transporte. Bien de Interés Cultural en la categoría de Conjunto Histórico desde 1991, la «pequeña Toscana», como definía el escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo a la zona de Tierra de Campos cicatrizada por el Canal, se sustenta también en un importante peso del turismo, atraído por el paisaje, la flora, la fauna, como la predominante en las cercanas lagunas de la Nava, pero también en pueblos que han crecido al albur del Canal, como Becerril de Campos.
Es tal el peso de la magia que allí te encuentras con el escritor burgalés Óscar Esquivias, otro enamorado de su cauce, y que en una charla con él de este redactor recuerda aquella frase suya, pronunciada en el documental 'El sueño ilustrado' (2016), de Eduardo Margareto, de que esta obra «sigue haciendo aquello para lo que fue concebido, unir Castilla». Junto a él, Asís G. Ayerbe, que también aparece en el trabajo del director vallisoletano, como la historiadora y escritora riosecana Virginia Asensio, afanada en mostrar «su fábrica de harinas», la de San Antonio, que recuerda que es un escenario fantástico cuando alguien, desde la Dársena de Medina de Rioseco, mira hacia el Canal y ve esas puertas abiertas hacia el mar.
Cinco embarcaciones turísticas dan un intenso impulso al turismo en Medina de Rioseco (Valladolid), Herrera de Pisuerga, Villaumbrales y Frómista (Palencia) y Melgar de Fernamental (Burgos). En cada una de ellas, el movimiento mareante de los juncos acompaña al senderista o al visitante que recorre el cauce en barco, dentro de una hipnosis perfecta que acompaña el canto de los mirlos o, simplemente, ayuda a relajarse junto a los ventanales de la embarcación.