Ilia Galán

Ilia Galán


Nuestros camposantos

04/11/2024

Cuando ya es bien entrado el otoño y se ha celebrado a todos los santos, los que fueron modelo de vida y bondad en el camino de la vida, pero no obtuvieron reconocimientos mundanos ni en altares, libros o cuadros, también hemos recordado al día siguiente a nuestros difuntos, familiares o amigos. Entonces miramos cómo pasa la vida, sobre todo cuando nos acercamos otoñalmente con el cumplimiento de los años y nos damos cuenta de cómo tantos cercanos pasaron al otro lado, se fueron y no volvieron, murieron y ahora esperamos reencontrarnos en el otro mundo... ¿Qué dejaron, qué huellas, fue acaso hermoso su paso por la Tierra? ¿Han dejado buenos recuerdos o fueron los malos quienes imperaron? Rencillas, envidias, miserias, soberbias, ambiciones, todo quedó en cenizas o entre gusanos, cubiertos tal vez por mármol, en el cementerio, donde las flores testimonian nuestro afecto y se van poco a poco marchitando mientras los días caen disminuyendo su luz, el frío aumentando, las noches creciendo, a veces sin estrellas, bajo nubes que lloran sobre nosotros. 
Transcender es fundamental para dar sentido a la vida que, si se queda en el aquí, cuando el placer pasa o no sacia, se enfanga en el hastío, y es que no estamos creados, diseñados para una vida animal y nada más, de placeres y entretenimientos, sino que hemos de mejorar el entorno donde habitamos, donde somos, ayudar a los demás, crecer, superarnos y hacer poco a poco, lo que los antiguos denominaban la Jerusalén Celeste en la Tierra. Una sociedad cada vez mejor que ha de comenzar por nosotros mismos.
Nuestros camposantos reciben visitas y a veces lágrimas en este periodo, oraciones y conmemoraciones. Recuerdo cuando acompañaba a mi madre a visitar la tumba de su madre en mi pueblo. Mis abuelos enterrados bajo la losa tallada, en Carrión de los Condes, junto a los cipreses, entre panteones hermosos y a la vez lúgubres. Muchachos, mi hermano y yo dejábamos la bicicleta cuando pasábamos por la puerta y entrábamos con una breve oración, un mirar al cielo, para luego volver ojos al suelo por el que rodaban nuestros sueños, pedaleando hacia el futuro.