Hace poco más de un año, Escocia vivía la inesperada dimisión de uno de los grandes baluartes de la política de la región. La entonces ministra principal y líder del Partido Nacional Escocés (SNP), Nicola Sturgeon, anunciaba su renuncia por «razones personales». En el trasfondo de su marcha, la imposibilidad de cumplir su promesa de un segundo referéndum de independencia -tras el de 2014- antes de que acabase el año, pero de cara al público, la razón era el desgaste que había sufrido durante los casi nueve años de lucha continua con Londres. Era febrero de 2023 y en marzo, tras unas reñidas primarias, Humza Yousaf hacía historia al convertirse en el primer musulmán en ponerse al frente del SNP y del Gobierno de Edimburgo con el ánimo de continuar las políticas de su predecesora y evitar sumir a Escocia en la incertidumbre.
En apenas 13 meses, toda esperanza se ha disipado. También haciendo historia -ha sido el ministro principal que menos tiempo ha durado en el cargo desde 2001- y amenazado por dos mociones de censura tras perder la confianza de sus socios, Yousaf anunció el 29 de abril su dimisión al perder la confianza de sus socios. Y Escocia, nuevamente, está desorientada. Porque la situación política está más en el aire que nunca.
Y es que el clima está más polarizado que nunca. El Parlamento tiene un plazo menos de un mes para elegir a un candidato que lidere el Ejecutivo escocés y, sino hubiera consenso, podrían celebrarse elecciones adelantadas -no hay comicios previstos en la región hasta 2026-. Una tarea que se antoja complicada, puesto que en las filas del propio SNP aún no se han recuperado de las fricciones abiertas en las anteriores primarias, cuando Yousaf -entonces ministro de Sanidad- se impuso por la mínima -apenas cuatro puntos de diferencia- a la exresponsable de Finanzas Kate Forbes, que representaba el ala más conservadora del partido.
Y ya no solo a nivel interno. La ruptura protagonizada la semana pasada entre el ministro principal y los Verdes -socios de Gobierno- por los desacuerdos entre ambas formaciones sobre las políticas de cambio climático dejan a los nacionalistas al borde del abismo, sin una mayoría suficiente en la Cámara de Edimburgo -tiene 63 diputados de los 129 asientos que componen el Hemiciclo- que pueda garantizar la continuidad del SNP al frente del Ejecutivo. Y esa situación puede ser claramente aprovechada por los dos grandes partidos británicos, conservadores y laboristas, que ya han mostrado su deseo de que se convoquen elecciones anticipadas ante el cada vez más debilitado independentismo, que ahora depende de formaciones minoritarias para mantenerse en el poder.
En manos de Salmond
Para ello, será indispensable conocer al futuro líder del SNP y, sobre todo, la política que pretende llevar a cabo. Porque Yousaf sí decidió continuar con los planes sociales y económicos de Sturgeon, pero dejó de lado la lucha independentista que su posible nuevo aliado, el partido Alba Party, la formación que lidera el exmandatario y también secesionista Alex Salmond, con una diputada. En caso de que esta parlamentaria fuera convencida para mantener la situación, se produciría un empate a 64 -que son los escaños que suman conservadores, laboristas, los Verdes y los liberaldemócratas- que sería roto por el presidente de la Cámara, que, obviamente se decantaría por el SNP.
Los intereses independentistas de los nacionalistas dependen, por tanto, de Salmond, mentor de Sturgeon e impulsor del primer referéndum secesionista. Y, consciente de la pérdida de apoyos del actual bloque mayoritario en la Cámara -desde la salida de Sturgeon, la intención de voto ha bajado considerablemente y, en caso de nuevas elecciones podría quedar por detrás de los tories-, no podría permitirse que los soberanistas abandonen el poder. Y, por eso mismo, la oposición quiere un cambio de rumbo en una Escocia dominada por el SNP desde 2007. Esta es su oportunidad. Y, por eso, tratarán de aprovechar la debilidad del partido para acabar con esta tendencia y dar un nuevo giro de timón a una región que pende de un hilo.